viernes, 9 de julio de 2010

si eres fresa, no leas esto


El mundo es un espanto, está acabado. Busco exilio, asilo emocional. Veo una burbuja brillante, aislada, flotante, no se comprende cómo su fragilidad logra sostener tantos productos, tanto plástico, tanto cemento. Me acerco, me deslumbro, la luz me llama, me encandilo.
Llueve, truena, graniza. Veo por la ventana de una casa de suburbio. Mis sucias manos ensucian el vidrio, mi aliento lo empaña. Tiemblo. Adentro, todos sonríen, están bien vestidos, tienen aparatitos para entretenerse, se mandan mensajes, se toman fotos. Me descubren, me asusto, me invitan a entrar. Una vez cruzo la puerta, que parece de madera pero no lo es, todo es demasiado bueno para ser realidad.


(De las tribus urbanas, los fresas o prepies, son los que aspiran a conquistar y regir el mundo tal cual está, sin cambiarlo, quizá, solamente para empeorarlo. Son conservadores, temen al cambio y quizá por eso se quedan en la apariencia, en lo superficial. Son el sueño dorado del marketing y de los centros comerciales. Carecen de manifestación cultural propia, son victimas de cualquier cosa que salga a la venta, lo cual los hace sentir que están de última. Su peor defecto es que discriminan a todas las demás tribus amparados en que ellos son políticamente correctos y son mayoría. Su mejor atributo, son sus buenos modales y su facilidad para vivir en sociedad).

A veces envidio a los fresas, a veces quiero ser fresa. Sus casas con acabados que parecen de lujo, su decoración sacada de De Museo, sus carros del año a plazos, la ropa cuidadosamente seleccionada pero que luce igual en todos. Su forma de expresarse cariño desmedido y la forma en que todo para ellos es relindo y cool. Yo, luciendo un disfraz que ni me queda bien (sufriendo para no ahogarme con la faja), trato de llevar el ritmo, de sonreír hasta que me duelen los músculos de la cara, de aprender sus ritos y símbolos que van cambiando a cada momento. Trato de creer, pero no se trata del dios de mis mayores, sino del dios del sistema, trato de ir llena de gozo a su templo más cercano, o mejor, al templo mayor: Oakland Mall.

Pero todo me sale mal. Mi naturaleza se va revelando y rebelando poco a poco, esa forma maldita de ser. Todo vuela a la mierda, la faja explota. Me veo al espejo desnuda y me asusto, pero me quiero como a un monstruo encerrado en el ático, en mi cabeza.
El caos empieza como un dolor de estómago, luego sube, sube, sube, el diafragma se oprime, los pulmones se desinflan, el corazón se aplasta. El grito está listo para salir, el vómito en la puerta de la garganta para mancharlo todo.
Las paredes blancas, los sillones relucientes, los pisos encerados son el lienzo de mi furia. Quiebro lozas, porcelanas, vidrios y cristales. Mientras un grito ensordecedor sale de mí, me libera. Muerdo, río y lloro a la vez, enloquecida.
Llega seguridad, vestidos de traje oscuro y con discretos radios disimulados, tratan de sacarme sin que nadie se asuste. Me arrastran mientras yo hundo mis uñas, ahora crecidas, deformes, afiladas, en cualquier superficie.
Me lanzan de la burbuja, caigo en el lodo. Me siento mejor, ha parado de llover y observo una pequeña flor silvestre que sale tímida entre piedras.

2 comentarios:

Nicté dijo...

Hi Jess. me alegra el cambio, para serte sincera me preocupé cuando afirmaste algo como que no había ninguna sensación más placentera que ponerse algo "fino", y dije, ya se puso fresa.
nada más rico que el placer de ser vos misma y no tener que disfrazarte para nadie y por nada, aunque, como dijo alguna vez A. Zepeda "todos somos putas" porque todos canjeamos algo por dinero

David Lepe dijo...

bravo.
ya lo dijo Mafalda "paren este mundo, yo me bajo".
Parecen como zombies, va.