El casco urbano de esta localidad es la desembocadura de conflictos, encuentros y desencuentros, de un pueblo cansado de ser visto solamente como una “eterna fiesta”.
Un triste y deshidratado perro que avanza con dificultad entre las líneas del tren: es el paisaje que se observa al descender del frío aire acondicionado del autobús. La tarde está cayendo y todavía el calor golpea fuerte al llegar a Puerto Barrios. Un denso vaho caliente sale del suelo, la gente recoge su equipaje con desgano.
El sopor cede un poco en el muelle, en la espera de que la lancha que va a Livingston llene su cupo. En su mayoría aborda gente que viene de regreso de sus labores diarias, es jueves. El paisaje, antes aletargado, al zarpar despierta poco a poco con la exuberante naturaleza que se abre ante los pasajeros del “Andrews”. Solo el fotógrafo europeo se exalta ante el espectáculo, cotidiano para los demás. Quizá espera encontrar, al desembarcar, el alegre caribe guatemalteco. Negros y negras bailando permanentemente en la playa, tal como lo vio en la publicidad.
Entrando a la boca
Los nativos del lugar, principalmente los garífunas, afirman que el nombre original de Livingston es “la buga”, que significa “la boca”. Es la entrada a una comunidad a donde solo se puede llegar por vía marítima, por eso dicen que no hay ladrones. La caminata de dos cuadras hacia la municipalidad, en una pronunciada cuesta, se siente larguísima.
El profesor Miguel Rax Ij, alcalde de Livingston (en 2004), permanece ajeno al calor que hace afuera gracias al potente aire acondicionado del Palacio Municipal. Es un hombre indígena kekchí de 44 años, reservado pero muy amable. “Livingston tiene más de 48,000 habitantes”, informa con seriedad, “y comprende no solamente este casco urbano sino también Río Dulce y más de cien aldeas lejanas”. Del total de la población, el 70% está compuesta por indígenas a los que Rax representa. Por años estas comunidades permanecieron aisladas, perdidas entre la vegetación y sin contacto con el resto de habitantes. A causa de su situación económica, permanecían indocumentados con tal de ahorrarse los gastos de un viaje a la Municipalidad. “Ahora cada viernes salen dos Municipalidades Móviles que en lanchas visitan Río Dulce y cada una de las aldeas, hasta la más lejana, para que puedan hacer sus trámites”, dice Rax satisfecho.
El alcalde es originario de la aldea Nuevo San Marcos, por lo que dirige su administración mientras vive solo en un hotel en Livingston de lunes a jueves. El viernes acompaña a las Municipalidades móviles y el fin de semana visita a su familia.
Para Rax, contrario a lo que la publicidad turística retrata, Livingston siempre ha sido un lugar eminentemente indígena. “El resto de la población, el 30%, se divide entre garífunas, ladinos y culíes o hindúes”. Sin embargo, en el casco urbano, el que generalmente visita el turista, las tres etnias parecen presentes en igual porcentaje. El más extrovertido es el garífuna que saluda a mitad de la calle, mientras los indígenas caminan como queriendo pasar inadvertidos atareados en sus actividades, principalmente comerciales.
El pueblo kekchí, originario de Cobán, así como otras etnias fue desplazado a causa del conflicto armado interno. Sin dejarse vencer, llegaron a lejanos lugares como Livingston enfrentando un clima y un terreno ajenos. En diciembre, durante la fiesta titular, los ritmos caribeños se mezclan con prestigiosas marimbas que vienen de lejos a alegrar a quienes presienten que sus raíces se hunden lejos del mar.
Pocos pero orgullosos
“Tierra adentro no hay garífunas, ellos prefieren estar cerca del agua”, dice el alcalde. Lo mismo opina la líder garífuna Gregoria Lambey, y afirma: “el negro está más identificado con la orilla del mar, desde siempre nos hemos dedicado a la pesca”. Da gusto escuchar la fuerza y el énfasis que pone en la palabra ‘negro’, que nadie en la alcaldía utilizó. “En realidad los garífunas somos una minoría, el último censo del 2002 así lo indicó”. A diferencias de los indígenas, los garífunas están disminuyendo por la migración. “Hay unos cuantos en Puerto Barrios, pero la mayoría se va a Estados Unidos”. Según la robusta mujer, este fenómeno ha cambiado incluso el aspecto del casco urbano, ya que hace 20 años solo se veían casas de manaca, caña brava y adobe. “Ahora con el dinero que mandan de Estados Unidos, la gente hace casas de block aunque esa no sea la naturaleza del garífuna”. Gregoria, que saluda casi a cada persona que pasa a su lado, extraña el Livingston de antes pero cree que deben integrarse a los nuevos tiempos. “La gente se va por problemas económicos, de lo contrario creo que no lo harían. Yo, en cambio, aquí nací y aquí pienso morirme”. A pesar de los esfuerzos, algunas costumbres se están perdiendo. “El vestuario es un ejemplo. Hacer nuestros trajes tradicionales, con tela garífuna, sale muy caro porque son faldas amplias y blusas largas. En cambio en la paca consigo ropa barata y casi nueva”.
Según Lambey las actividades de los garífunas continúan casi intactas: el hombre sale rumbo al mar en la madrugada y la mujer se dedica al hogar. “Ahora por necesidad económica las mujeres además hacemos cosas prácticas como lavar, hacer trenzas, hacer pan de coco. Hay maestras pero son pocas, y algunas se dedican al turismo también”.
Conocer Livingston en una corta visita es una descabellada idea, según Lambey. Mientras descansa unos minutos del sol bajo una sombra, dice que es un lugar pequeño pero complejo. “El único problema por aquí, es el mar. Todos quieren explotarlo, pero nadie lo cuida, ni los grupos ecológicos que también trafican especies. Si uno habla, termina con la cabeza flotando. El mar lo debe cuidar quien lo conoce”.
El costo del turismo
Gregoria piensa que el turismo ha cambiado a la comunidad, y eso no debería ser lo más importante. “Además no todos salimos beneficiados. Las tareas tradicionales están cambiando por las nuevas actividades turísticas. Nos encontramos en un problema porque quieren que cambiemos nuestras costumbres, que pidamos préstamos y que entremos en el negocio. Como nos resistimos, nos tildan de brutos, pero preferimos vivir tranquilos, sin deudas”. Lambey se despide pues tiene muchas otras actividades pendientes. Su andar alegre y recia voz llenan el polvoriento camino.
La noche empieza a animar la calle principal de Livingston, a pesar de los pocos turistas los comercios abren y ofrecen exquisita comida, bebidas exóticas y música. Muchos jóvenes se conducen en bicicleta, algunos se acercan a los turistas para conversar. Uno de ellos, que se hace llamar Chilindrino, es especialmente amistoso. Garífuna alto, delgado y con el cabello arreglado con afro, parece entablar inocente amistad con los extranjeros. El calor aumenta a cada momento, un grupo de músicos que incluyen a garífunas e indígenas va de restaurante en restaurante tratando de contagiar su ensayada alegría. Los comerciantes kekchi´s empiezan a cerrar sus abarroterías y tiendas de ropa. Chilindrino, en su cuarta vuelta por la calle, obtiene dólares de un turista. Debe traerle algo a cambio, por lo que se pierde en una de las oscuras calles. En las discotecas de la playa el baile se resiste a arrancar, unas cuantas parejas bailan con desgano, el viento parece no soplar. El despistado turista está inquieto esperando a Chilindrino. De pronto aparece y misterioso le entrega una cajita de fósforos, le pide que se aleje con discreción. El extranjero le agradece el favor y entra a la discoteca, va al baño y sale alegando que la cajita está vacía.
No hay estrellas y el mar se mira oscuro, calmado. La mayoría de bares cierran temprano, la calle principal está casi desierta, en una esquina Chilindrino, ahora con otro atuendo y otra historia, estrecha la mano de un nuevo turista. Es hora de volver al hotel.
Turismo, ecología y un viejo oficio
Por la mañana no hay rastros de jóvenes como Chilindrino, nadie intenta hacer amistad fácil con los visitantes. Los habitantes se dirigen presurosos a sus trabajos, las persianas y puertas vuelven a abrirse. Uno de ellos, Walder Véliz, es presidente de Comité de autogestión turística y propietario del restaurante Happy Fish. Cuenta entusiasta que desde hace seis meses los involucrados en el turismo han estado organizándose. “Uno de nuestros objetivos es vencer el individualismo, que es nuestro enemigo principal”. Su última actividad fue la elección de Miss Turismo, que como muestran las fotos que Veliz despliega en su computadora, fue un éxito y les ayudó a captar fondos. “Livingston siempre ha sido un destino popular, pero puede explotarse más”, comenta.
Véliz cree que la imagen turística de Linvingston, que enfatiza en la gente de color, es adecuada porque la cultura garífuna es muy importante. “Nos identifica ante el mundo, además ellos fueron los fundadores”. En cambio, el kekchi vino después. “Ellos tienen más hijos, por eso ahora son mayoría. Después de habitar por años en aldeas lejanas, están buscando el casco urbano. Así como el garífuna emigra para los Estados Unidos buscando una vida mejor, el kekchí viene a Livingston por la misma razón”.
Mientras Walder Véliz conversa en el Happy Fish, en la Municipalidad, que está a unos cuantos metros, un grupo de personas se ha reunido y se siente tensión en el aire. En medio del numeroso grupo de hombres, una joven mujer dirige la reunión. Es ladina, su atractivo rostro muestra los característicos estragos del mar. Se trata de Angélica Méndez, coordinadora de la Red de pescadores artesanales del Caribe y lago de Izabal. El grupo hace silencio mientras Méndez explica que la red está compuesta por 16 grupos de pescadores que se han organizado legalmente por los problemas que les acechan. “Somos pescadores que trabajamos desde la Barra del Motagua, toda la punta de Manabique, Puerto Barrios, Livingston, Miramar, Cayo Quemado, Boca del Polochic y Sarstún”. Debido a sus actividades de pesca artesanal, les acusan de dañar el medio ambiente. Grupos ecologistas y autoridades gubernamentales pretenden que dejen de trabajar en la pesca, dejando a cientos de familias sin ingresos. “Nosotros solo extraemos los recursos, no dañamos el ambiente”, explica. “La pesca no es una alternativa para nosotros, es un medio de vida. Estamos conscientes de que estamos sobre explotando el recurso, pero necesitamos alternativas para sobrevivir”.
Julio Lee, otro dirigente de la red, se acerca para averiguar con quién está conversando Méndez. Tiene desconfianza debido a que según él los medios de comunicación han tergiversado su situación y sus peticiones. “La opinión pública no conoce lo que realmente está pasando por aquí. Nadie reconoce lo que hace el pescador por la comunidad, económica y ecológicamente, solo se dedican a atacarlo”, asegura. Según los pescadores, gran parte del problema es la belleza misma del lugar, ya que por eso se lo quieren arrebatar para entregarlo a manos extranjeras. Con cada afirmación se oyen gritos de aprobación de parte de los presentes, que realizan su reunión semanal.
Según los hombres y mujeres de mar, han presentado propuestas que han sido desoídas, y les han presentado alternativas risibles. Además su desconfianza es infranqueable. Angélica Méndez vuelve a hablar con tono femenino pero firme, “no pueden tomar fotos de nuestras actividades porque ya estamos cansados de que nos utilicen”.
Antes de retirarse, los pescadores cuentan que hay conversaciones y acercamientos con la Municipalidad de Livingston, pero temen que se quede en eso. Según estos artesanos del mar, los guatemaltecos deberían saber que los mariscos que llegan a su mesa fueron pescados por esta red. “La otra producción, la del pacífico es para exportar. Sin nuestro trabajo en el caribe se acabarían los ceviches del fin de semana”.
Para los pescadores sus detractores solo piensan en el turismo, pero no en las personas que viven en Livingston. “Dañan nuestra economía para darle a los extranjeros un país lindo donde venir a recrearse. Lo que no consideran los empresarios del turismo es que es un efecto dominó, cuando se adueñen de nosotros después siguen ellos”. Están seguros que los tratados de libre comercio están atrás de todo esto. “Esto es un monstruo, pero si nos apoyamos entre sí podríamos salir adelante. Lo malo es que la característica del guatemalteco es dejar que el agua nos llegue hasta la nariz para reaccionar”. Según Lee, ya casi nos estamos atragantando.
“Sí a la diversidad, no al estereotipo”
El medio día se acerca, los barrios que están alejados del casco urbano permanecen ajenos al ajetreo. Hoteles desiertos, personas descansando en sus portales, niños de diferente color correteando casi desnudos. No hubo clases debido a una reunión de profesores.
Mercedes Blanco, maestra de primer grado de primaria y líder garífuna sale de la reunión del claustro de la Escuela de Niñas. Cuenta que la interacción entre diferentes etnias, tanto entre alumnas como entre profesores, es enriquecedora. “Al impartir las clases en idioma español, muchas veces los niños vienen a aprenderlo aquí”. Los niños de Livingston suelen ser bilingües y hasta trilingües, muchos hablan inglés.
En Livingston hay centros educativos de educación primaria, de educación básica y de diversificado. En cuanto a la educación universitaria, las sedes más cercanas están en Puerto Barrios. “A pesar de eso, las limitaciones económicas frenan a la juventud a asistir a la universidad. La mayoría apenas sale del nivel básico, es una lástima porque hay bastantes jóvenes con potencial”, se lamenta mientras pierde la mirada en el salón vacío.
Blanco, al igual que los pescadores, son cautelosos con los medios de comunicación. “Vienen a hacer reportajes y luego publican cosas que no son verdad, eso nos tiene molestos”. Según la maestra esto ayuda a que persistan los estereotipos, que al parecer aborrecen. “Estamos cansados que crean que solo somos buenos para bailar y para el deporte, nuestra cultura es más que eso”. Mercedes opina que por años han estado invisibilizados, y lo poco que se dice de ellos es negativo. “Dicen que el negro es ‘huevón’. Sin venir a conocernos, desde lejos nos denigran, en especial a las mujeres, pues dicen que mantenemos a los hombres, eso no es cierto”. Como dijo antes Gregoria, Blanco afirma que los hombres madrugan para trabajar. “Prueba de ello es que los que se van hacia el extranjero lo hacen por necesidad del trabajo”.
Invocando a los ancestros
Alguien soñó que un ancestro, a quien se niegan a llamar difunto porque creen que sigue conviviendo con ellos, pedía una ceremonia, un “chugú”. Gregoria había explicado antes que no hay fechas específicas para hacer este ritual. “Los preparativos duran hasta un año porque deben criarse los animales que serán sacrificados”, dijo como quien cuenta un secreto. En este ritual le dan gracias al mar y a Dios, además le piden respuestas y bendiciones a sus difuntos. Cuando Gregoria notó nuestra intención de asistir, dijo que “hasta el día de hoy no se permite que gente blanca presencie estos rituales”.
La casa de Guillermina Blanco, a donde acudimos a comprar pan de coco, queda justo junto al lugar del “chugú”. Con la excusa de entrar a ver cómo se prepara dicho pan, pasamos muy cerca de la atestada casa vecina. Ritmos africanos suenan en medio del humo, las personas están vestidas de manera diferente, con sus trajes tradicionales. En el patio los niños rodean las ollas de comida que humean mientras serias señoras revuelven su contenido. No podemos seguir observando, alguien nota nuestra presencia y nos clavan incriminadoras miradas.
Con los ritmos de la ceremonia como música de fondo, Guillermina Blanco termina de preparar el pan bon, que está hecho con coco y es dulce. “Mi mamá me enseñó a prepararlo, yo se lo enseñaré a mis hijas, es una tradición”. Después de comprar el pan, es mejor abandonar el barrio, a pesar de que están dispuestos a compartir amistosamente su comunidad, este momento es sagrado.
La ceremonia duró todo el día y el calor, cada vez más sofocante, fue aplacado por una refrescante lluvia que duró toda la noche. La gente desapareció, ya no había un alma en la calle. Así como muchos ríos desembocan en Livingston, también diariamente confluyen personas, conflictos y actividades. El visitante toma su lancha de regreso llevándose lo que más le haya gustado de este singular pueblo. Atrás se queda la compleja cotidianidad, las luchas, las pasiones, las diferencias, las reconciliaciones. Mientras, Chilindrino sigue vendiendo drogas imaginarias.
Octubre 2004
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3 comentarios:
Ojalá Chilindrino llegue a ser alcalde un día de ese fabuloso pueblo! Me apunto de consejal...
Ahhh,,, que recuerdos!!! dolor me volviste a dar!!!! jajajajajajaa
Jajajaja! Ese chilindrino es un vendedor de drogaa...Jajaja!
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