martes, 30 de diciembre de 2008

¿Quién soy?


Supongo que todos nos hemos preguntado esto alguna vez. Yo hacía mucho que no, pero en los últimos días me lo he estado preguntando.
Antes no había duda, la zurda izquierdosa parrandera viciosa maniática creativa cariñosa inestable activa bulliciosa Jessica.
Un cambio de locación, de estado civil, de salud y reproductivo, un año más de edad y nuevos entornos, me han ido cambiando. La hogareña siempre a dieta aburrida cumplida que paga sus cuentas y sale de compras Jessica ha ido emergiendo. Muchas tardes de tranquila vida suspiraba por las noches de locura que dejé atrás. En lugar de empezar la fiesta a las 9 de la noche, a esa hora me acuesto a dormir para poder levantarme a las 7 de la madrugada.
El viernes pasado me volví a aventurar en la noche loca, con los mismos compinches de antaño. Pero no fue igual. Ni mi cuerpo ni mi psiquis aceptaron otra vez el exceso. Me sentí como una estúpida ama de casa que no sabe parrandear y al final pide el auxilio del marido (que por cierto tuvo toda la paciencia del mundo).
¿Qué me pasa? ¿ya no soy quién fui? ¿soy otra? ¿me gusta lo que fui? ¿me gusta en lo que me he convertido? ¿hacia dónde voy?
Qué extraña manera de terminar el año. Apenada con los que molesté (me ayudaron a salir en pie, me hicieron compañía y soportaron mi cháchara de bola), sin ganas de repetir la experiencia, tengo un gustillo a cierta goma moral por no recordar algunos pasajes.
Creo que es hora de aceptar que ya no se es joven, pero tampoco viejo. ¿Cuál es el camino a seguir? ¿alguna sugerencia?

martes, 23 de diciembre de 2008

El día que le di a Britney una oportunidad


La rubiecita esa me caía mal. Me daba mala espina, con sus bailes y miradas inocentes. Los medios la declararon la princesa del pop, sin atreverse a mover de su trono a Madonna, quien observaba hasta cierto punto indiferente la revolución que se estaba gestando en su reino.
Britney fue creciendo en todo sentido (tanto en glándulas mamarias, escándalos, discos de oro y extensiones). Muchos predijeron que pronto habría cambio de mando, golpe de estado. Britney parecía hacer temblar el trono de Madonna con cada caderazo. Atrás de ella venían cientos más, la mayoría rubias, ansiosas de sacar a la cuarentona del panorama y repartirse las delicias del reino.
Madonna, ni se inmutó. Hasta se tomó vacaciones para que se jalaran de las greñas entre ellas. Algo se traía entre manos.
Recuerdo exactamente el día que vi a Madonna en los premios MTV de 1984, revolcándose en su vestido de novia mientras cantaba como una gata en celo. Yo tenía 12 años, nunca había visto algo tan osado.
Casi 20 años después, Madonna sacó American Life, un disco reflexivo, diferente, que marcaba un cambio, como siempre. Con un look a lo Patty Hearst, cuando era militante claro, la diva se metía en camisa de once varas hablando de patriotismo en medio de la guerra en Irak. Un chorro de frescura (curiosamente de parte de una mujer madura) en medio de mujeres rubias y con poca ropa que cantaban sobre lo mismo de siempre. Madonna apareció como una comandante bien fornida, firme y desafiante, en mejor forma que nunca.
Este fue el disco más criticado y el más arriesgado, pero para muchos el mejor (hasta mis amigos puro calidad lo compraron).
Entonces llegó la premiación de MTV de 2003. Cuando se escuchó que empezaba Like a virgin, en lugar de salir Madge aparece Britney imitándola como cuando ella la cantó en 1984. Primero me indigné, pero luego vi que había algo de tributo en esto. Después apareció una bronceada y pelinegra Cristina Aguilera. La rendición era inminente, la derrota se acercaba.
Cuando se suponía que debía aparecer el novio, con las dos chicas emocionadas, la que aparece vestida de sexy frac es Madonna cantando Hollywood, una canción que habla de la música que siempre dice lo mismo. La multitud, compuesta por estrellas del pop y el rock, la recibe de pie. Ella se quita el saco y muestra esos brazos que tanto envidiaba (tiempo pasado, porque en los últimos años han ido decayendo). Entonces mientras canta empieza a manosear a las dos jóvenes, que se ven no como sus súbditas, sino como sus bitches, pero felices de serlo.
La gente estaba fuera de sí. Madonna llegó a reclamar lo que le pertenecía. “Háganse a un lado patojas, que ya regresé”. Ellas se miraban nerviosonas, mientras Madonna parecía segura maniobrando sus altas y puntiagudas botas de dominatriz. Los de Queer Eye for the straight guy parecía que les iba a dar el patatush, y creo que les dio cuando de pronto, la mujer de negro le da tremendos besos en la boca (con lengua dicen) a las dos arrobadas chicas.
Fue la rendición total, la sumisión. La fantasía de millones (me incluyo), besar a Madonna. Y en vista de que Madge las besó a ellas, empecé a verlas con otros ojos.

martes, 16 de diciembre de 2008

Todo fue un malentendido


Es increíble cómo las redes sociales, como Facebook, son tan efectivas. Cambié una palabrita (comprometida) en mi perfil por otras tres (en una relación), y mucha gente se ha interesado por saber más, hasta me mandan mensajes como quien dice de “solidaridad”.
Cuando entré a Facebook, dudé ante la pregunta acerca de mi estado civil. Vivo con el padre de mi hijo, pero no estamos casados.
He cambiado muchos puntos de vista desde que estoy con él, hace un poco más de cuatro años. De ser un alma en pena, casi al borde del abismo, volví a la vida, sobre todo después de tener a Manuel.
La unión se fue dando gradualmente. Poco a poco él se fue quedando, que un día, que dos, que tres, que cuatro a la semana. Esto era genial, porque todavía era mi espacio, mi casa, mi existencia seguía pareciéndose un poco a la que tenía antes. Pude decirle adiós poquito a poquito a mi vida loca, a mis costumbres raras, a mi soledad.
Pero las relaciones cambian, crecen, van siempre hacia algún lado. Irnos a nuestra casa soñada, hacer el supermercado juntos y pagar las cuentas a la mitad nos llevó a otra etapa, otra fase. La cual, para mí, es un compromiso, quizá el más grande al que jamás pensé llegar.
No me ha propuesto matrimonio rodilla en el suelo y diamante en mano, supongo que no somos esa clase de personas. Hemos fantaseado acerca de una boda original (a orillas de lago de Atitlán al atardecer con rituales mayas y música), pero al pensar en el costo, mejor nos quedamos como estamos. Mejor sería quizá hacer un viaje.
El malentendido sucedió cuando él también entró a Facebook y se definió como en una relación. Se me ocurrió entonces que era mejor estar iguales, pa no desentonar.
Creo que algunos pensaron que habíamos roto, o que algo andaba mal.
Pero seguimos igual. Gracias a todos los que preguntaron.

martes, 25 de noviembre de 2008

Se necesitan periodistas

Estoy recibiendo un curso de lo más interesante. Verán, yo no estudié periodismo, sino letras. Esta profesión no era mi vocación inicial, digamos, pero una vez me dieron la oportunidad me gustó. En ese entonces, hace 5 años, me contrataron para que contara la realidad por medio de relatos. Qué tiempos aquellos. Ahora le entro a lo que sea…
Lo que necesitaba saber, lo fui aprendiendo en la marcha. Claro, no fue fácil, todavía me falta. Tuve grandes maestros, en persona y a la distancia, que me inspiraron.
La mayoría de personas cree que hay algo “emocionante” o “chic” en ser periodista. A veces sí, muchas otras no. Definitivamente no es una profesión aburrida, cada día hay algo nuevo.
El domingo próximo, 30 de noviembre, es el “Día del periodista”. Excusa perfecta para organizar y asistir a alegres fiestas. Fingiendo por un día que somos un gremio unido, compartimos con colegas de todos los medios los traguitos, las boquitas y hasta el baile. Recibimos agradecimientos y regalitos por hacer un trabajo tan importante para la sociedad.
Sin embargo, no me pareció que sea así ahora que estoy recibiendo este curso sobre periodismo de investigación. Haciendo conciencia, estamos mal, muy mal.
Se necesitan más periodistas con buen “ojo” y colmillo, que hagan evidente lo que está oculto, lo que la gente necesita saber. Que visibilicen lo importante, que ignoren lo obvio. Que busquen y descubran sus propios Watergates en un país donde debe haber uno en cada esquina. De aquellos románticos que no se dan por vencidos, que buscan historias incluso donde pareciera que no las hay.
En cambio, somos reporteros de declaraciones, de nota roja y amarilla, de contenidos light, de agenda comprometida (comercial y políticamente). Expertos del copy-paste, de la entrevista telefónica y por email, consultando una y otra vez a las mismas fuentes. Periodistas que le temen a la verdad, que no quieren riesgos, no quieren complicaciones, pero sueñan con premios y viajes.
De esos, abundan.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Soy bien chillona


Leer el periódico me afecta cada día. La verdad no debería hacerlo, pero es parte del trabajo.
He llorado varias veces con el periódico en la mano. Un par de ocasiones porque me conmovió algún hecho trascendental, todas las demás de rabia, de miedo.
Tengo que reconocer que me afectan principalmente los hechos que tienen que ver con niños. Hubo una semana, el año pasado, que lloré dos veces. La primera fue por aquella familia que se reunió en Metronorte, dos niños y los padres. No se sabe, ni se sabrá, por qué se los llevaron a un lugar apartado. Luego, torturaron a los niños hasta matarlos, supuestamente por algo que habían hechos sus padres, que también murieron. Levante la vista del periódico y lloré casi sin darme cuenta. Me serví un café y traté de ser la misma, pero ya no pude. Unos días después, una familia entera, indígenas trabajadores, fue muerta por no pagar el tributo a las maras. Dormían todos en su abarrotería cercana a la 18 calle de la zona 1. Tocaron la puerta, pensaron que era el pan. Mandaron a uno de los niños a abrir y fue muerto de inmediato, seguido por sus hermanos y padres. Conmocionada todavía por el hecho anterior, quedé estupefacta.
Hoy leí de una mujer que, como cientos de miles, fue a dejar a su hijito para que se lo cuidaran. Se despidió y subió a su carro para ir a trabajar, entonces un adolescente se le acercó y la mató. Así nomás. Se me enchinó la piel y se me aguaron los ojos.
Me recordé de mi amiga Mónica Chinchilla. Recuerdo lo graciosa que era en el colegio, cómo bailé en sus 15 años, cómo era de las más aventadas y tuvo novio antes que la mayoría. Bailaba merengue y soca (de moda en los 80s) como nadie, su madre era bastante joven y andaban juntas hasta en las discotecas. Todas le teníamos mucho afecto.
Le perdí la pista, solo me enteré que se casó y tuvo hijos. Volví a saber de ella una mañana, abruptamente, hace un par de años. Una amiga en común me llamó para contarme que la habían asesinado, frente a su hija y a su mamá.
Supongo que es algo bueno que estos hechos me afecten y no me dejen indiferente, pero a este paso me estoy enfermando de los nervios.
Asturias dijo aquello de que “en Guatemala sólo se puede vivir bolo” hace más de medio siglo. Si le hubiera tocado vivir en nuestros tiempos, quizá hubiera cambiado el guaro por algo más fuerte. Dan ganas de volver a la evasión…

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Ojeando libros

Qué días ajetreados. Para los que vivimos escribiendo por adelantado, ya llegaron las fiestas. Es curioso, vivo más de un mes adelantada. Para mí ahorita todo se trata de la Navidad y el año Nuevo y la fiestas y los regalos y los convivios…
Para cuando de veras llegue el fin de año, yo ya andaré pensando en el verano…
Pues, ayer pasé gran parte de mi día en una sesión de fotos en el estudio de PL. Estando un poco aburrida en la penumbra, mientras la cámara fotografiaba a una bella modelo, unos ojos me miraban. En una librera, como agazapado, estaba Julio Cortázar viendo lo que ocurría. Se trataba del magnífico libro con las fotografías que Sara Facio le tomó al venerado escritor. Fue un encuentro gratificante, dadas las circunstancias, pero apenas pude echarle una veloz ojeada pues debía seguir con mi trabajo. Oh Cortázar, cuántas vidas y cuántas plumas has alentado, con los guiños de tus cuentos.
Hoy tuve otro encontronazo con un libro, pero menos afortunado. Resulta que la muy leal y honorable Editorial Santillana lanzará pronto un libro sobre Carlos Peña…
No sé por qué me resulta tan chusco el asunto. El librito es de la mejor calidad, full color, y se llama “Qué onda con Carlos Peña”, según el comunicado de prensa los escribió el papá de Carlos, don Hugo, pero la portada dice The Peña´s family donde debería ir el autor. Luego dice “su familia, sus amigos, sus estudios, sus sueños”.
La edición está a cargo de la división Aguilar/Superación, y ofrece revelar lo que no se conoce sobre el “ídolo”, con la idea de motivar a padres y a jóvenes.
En la primera página, hay un espacio para el autógrafo del cantante, y luego empieza una especie de texto que no había visto jamás. Además de fotos tomadas la mayoría con cámaras caseras, hay variadas caricaturas donde aparecen todos los integrantes de la familia. Se pueden ver a los padres casándose, así como el árbol genealógico del muchacho, y un sinfín de opiniones de seguidores (del tipo de “en el cole mandamos mensajitos todos”) y cursilerías de ese tipo. No lo leí, claro, pero pude darme cuenta que el tono del libro va como “soy un ejemplo, si yo pude tú también”.
No tengo tiempo ni ganas de analizar este fenómeno creado por Hugo Peña, que trata de que no se olvide el único momento de gloria de su hijo a toda costa, pero supongo que no faltará el erudito que lo haga. No sé cómo le fue a Peña con la venta de discos (en una época donde ya no es negocio ni para los más grandes), pero este ya es una desfachatez, un desesperado intento de mercadear al joven. Ya me imagino la estrategia que hará don Hugo para venderlo, incluso en colegios…
Yo que pensaba que Shery y su esposo eran los masters de la autopromoción y el autobombo, pero Carlos Peña y su padre los hace ver como chancletas viejas.
Como me suele pasar, no puedo dejar de pensar en los verdaderos libros que se dejan de publicar por falta de interés de las editoriales. Cuántos autores que se queman las pestañas y la vida creando textos y no pueden ni soñar con una edición tan lujosa como ésta.
¿Lo van a mercadear como el regalo perfecto para Navidad? Seguramente. No se asusten si reciben uno el 24 de diciembre…

sábado, 25 de octubre de 2008

Mi humilde opinión acerca de Gasolina


Soy algo rara. Tengo mis manías. Cuando algo me gusta (una canción, un libro, una película, una prenda de vestir) lo guardo para que me siga gustando. Mis canciones favoritas (Sola, Plush, Far behind, Smack my bitch up, por ejemplo) las escucho en ocasiones especiales. Se gastan.
Por esa misma razón no he visto de nuevo Natural Born Killers, Dr. Strangelove, El lado oscuro del corazón, Libertarias ó The virgin suicides, por ejemplo.
El escritor y sus fantasmas, luego de tratar de memorizarlo, tampoco lo he vuelto a leer (en parte porque me lo robaron y ya no lo encontré.
Hay algo sublime en la primera vez que entramos en contacto con algo. Esa primera impresión es perdurable. Te fijas en el conjunto, en las sensaciones que te produce, en la idea global, y no en los detalles, en las fisuras.
De tan extraña práctica, me pasa que me preguntan por determinados pasajes ó frases ó versos, y yo recuerdo todo vagamente. Es como un delicioso sabor de boca que se va borrando poco a poco.
Esta poco elocuente explicación viene a colación por haber visto Gasolina, la película de Julio Hernández, otra vez. Me retorcí de emoción cuando, al presentarla, Julio me agradeció por las lágrimas y alegrías compartidas (nunca esperé estar en su larga lista de agradecimientos).
La primera versión que vi, que según entiendo ya tenía cambios, me gustó mucho más. La película está muy bien, no en vano los premios, pero me hubiera gustado que no le quitara algunas escenas que le daban más coherencia a la historia, la redondeaban como quien dice. Es mi simple y humilde opinión. En especial, el final anterior me gustaba más.
La mayoría de personas la conocerán en una versión más corta, bien planteada y única. No echarán de menos dichas escenas (quizá solamente los actores que aparecían en ellas).
Gasolina es una verdadera obra de arte, la visión del mundo de un verdadero artista.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Esclavitud moderna

Crecí en un barrio donde nadie tenía empleadas domésticas. Luego, como resultado de mi militancia de izquierda y de la lectura de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, señalé de esclavitud el hecho de tener “sirvienta”.
Ah, pero la vida nos depara insospechadas cosas.
Ingenuamente, la mayoría de modernas mujeres creen que tener un hijo es cosa fácil. Que la vida no cambiará, que podrán seguir siendo las mismas. Ja, ja, ja y más ja.
Como no podía ni quería dejar de trabajar, tenía que decidir qué haría con la criatura durante el día. La guardería era una opción. La otra, tener una niñera en casa.
Me decidí por la segunda porque el pequeño Manuel tenía apenas 3 meses de edad y me daba miedo dejarlo en otro lugar. Además, yo vivía a escasos pasos de mi trabajo, hasta podía ver mi casa por la ventana, y si lo necesitaba, podría ir a ver a mi bebé. Así es que contraté a Margarita (curiosamente recomendada por Margarita Carrera, a quien entrevisté con una panza de 8 meses de embarazo) para que llegara de 8 a 5.
Debo confesar que fue una situación incómoda, no sabía cómo actuar, no sabía cuál era el protocolo o las reglas. De familia indígena que emigró hace muchos años a la capital, Margarita era una mujer con metas, estudiaba los fines de semana. Con una mano mecía la cuna, y con la otra sostenía un libro todo el tiempo. Hacía los deberes mientras Manuel hacía la siesta y salía corriendo el sábado a medio día al instituto.
La verdad a mí me angustiaba pensar que ella pudiera vivir con un sueldo tan bajo. Con su disciplina e inteligencia, pensaba que estaba desperdiciándose en ese trabajo, hasta me sentía culpable.
Margarita cuidaba a Manuel como a un principito, pero hacía los otros quehaceres de mala gana y nunca me ofrecía ni un vaso de agua. Supongo que ella también se sentía mortificada. Yo debía llegar a las 5 en punto o ella se enojaba, y debía suplicarle que se quedara hasta más tarde cuando me mandaban a cubrir algún evento por la noche, que era muy frecuente.
Lejos estaba de ser una patrona abusiva y explotadora. Debido a mi inexperiencia, ella dominaba la situación. Esto llegó a agobiarme.
Por eso, luego de casi un año decidí despedirla. Me aconsejaron que llegara a las 5 de la tarde y que le dijera que al día siguiente ya no llegara. Ya había conseguido a otra muchacha que viviría con nosotros. Llegado el momento, la que lloró fui yo y me dio la impresión que ella sintió como alivio. Le agradecí de todo corazón la forma tan dedicada que cuidó a mi hijito, y le di un sincero abrazo. Ella muy digna también me agradeció y se fue. Espero que pronto se gradúe de perito en algo y consiga un trabajo más acorde con su inteligencia.
La nueva chica, y las cuatro siguientes, no eran como ella. Por ejemplo Elsa era una jovencita de 19 años que nunca había trabajado. Apenas hablaba español, no sabía escribir y medio leía, además no conocía el estilo de vida “capitalino” (no sabía qué era un panqueque ni cómo se preparaba por ejemplo). Tenía un montón de hermanos en su pueblo, remota aldea a la cual se llegaba a pie, a quienes debía ayudar a mantener.
Elsa, por lo tanto, estaba agradecida de que se le diera la oportunidad de tener un sueldo, una oportunidad, una vida productiva. Estudiar era una cosa ajena a su mundo. En su condición, le era casi imposible conseguir otro tipo de empleo.
Sus metas, su cosmovisión, su estilo de vida, eran totalmente diferentes al nuestro. No aspiraba a más que salir el domingo al parque central, comer pollo campero cada quincena y visitar a sus papás cada mes. Aunque no lo crean, la chica era feliz así. Y yo, también. Me empecé a acostumbrar a que me atendieran, a que las cosas estén limpias y ordenadas como por arte de magia, a que alguien haga el trabajo “sucio” (literalmente, como cambiar pañales y lavar baños), mientras yo me dedico a cosas más agradables.
Luego de Elsa llegó otra que también se llamaba Elsa, quien no era indígena. Había tenido una vida muy dura, era una mujer apagada y triste que venía de un asentamiento. No duró ni un mes, me robó unas joyas y la puse de patitas en la calle. No me costó para nada despedirla.
Luego llegó la alegre Edna. Coqueta como ella sola, no era indígena sino más bien una morena de la costa de 21 años. Al ser madre soltera, trabajaba con la ilusión de mandarle dinero a su nena. Me contaba que en su pueblo, otro al que se llegaba luego de caminar por horas, no hay empleos. Trabajar aquí era como un sueño hecho realidad. Toda su felicidad era tener varios enamorados a la vez, hablar por celular y ver la novela por las noches. A pesar de los consejos, estudiar no le llamaba la atención para nada.
Luego llegó Ana, una pesadilla. Ella, tres hermanas más y un hermano (guardia de seguridad) trabajan en la capital para seguir manteniendo a los hermanos más pequeños que siguen viniendo al mundo. Los padres, cuales tiranos, se dedican a recolectar el dinero que estos jóvenes ganan con tanto esfuerzo. Quizá por eso Ana trabajaba sin ganas, odiando cada minuto, odiándonos a nosotros. Luego de 45 días y muchos conflictos, un día decidió ya no regresar a trabajar.
Desde ayer tengo a una nueva, la jovencita Ana María. Cansada de estar cambiando, estoy considerando otras opciones. Sin embargo, casi tres años después, no concibo la vida sin ayuda doméstica. Luego de tener un destartalado apartamento de soltera ahora vivo en una casa “formal”, donde hay miles de cosas que hacer. He llegado al punto en que las horas que no tengo empleada, de 8 a 6 los domingos, me siento desesperada.
Tremendo cambio para una niña pobre de la zona 5.

viernes, 10 de octubre de 2008

Tengo tres capotes


El primero, claro, es el que leo. Es el que me deslumbra con su agilidad narrativa, su ingeniosa forma de describir a las personas, su elegante forma de cotilleo. El que se propuso, y logró, hacer un periodismo diferente.
En general, me bastaban las obras de los escritores para conocerlos. Sobre todo cuando vivieron en siglos pasados, su legado consiste principalmente en su obra.
Pero en tiempos más modernos, muchos también se convirtieron en celebridades de las cuales se sabe más de su vida que de su obra. Capote formó parte de un círculo conformado por gente famosa, por lo que no solamente se dedicó al “chisme”, sino también fue parte de él.
Han llegado a nosotros así innumerables anécdotas en torno a él. Imposible saber si todas las historias son ciertas (como la que me contó José Luis Perdomo el día que probé el vodka), pero todas son fascinantes.
Tenía muchas ganas de ver la película Capote, hace tres años, pues pensé que sería fantástico ver al hombrecillo que tanto me he imaginado hablando y moviéndose. Debo admitir que quizá la anticipación no me dejó disfrutar por completo de la película. Me encantó, claro, la actuación de Philip Seymour Hoffman (uno de mis actores favoritos), tanto, que casi lloré cuando aceptó su merecido Oscar y le agradeció a su mamá, una madre soltera.
Según esta película, Truman era un hombre que jamás perdía la elegancia, siempre nítido con su traje de corbatín y el pelo bien peinado. La voz, aflautada claro, siempre mesurada y elocuente. Un gay reservado, digamos, pero ácido y difícil.
Capote es una película bien hecha, que al estar centrada en la masacre de la familia Clutter y el proceso contra los asesinos, tiene un ambiente sombrío, gris, que contagiaba el horror de semejante crimen. Según me pareció, Truman vio una posibilidad de trascender como escritor gracias a una historia que vio en el periódico, sin imaginar que el proceso sería largo y penoso también para él. Nunca se establece claramente qué tipo de vínculo le une a uno de los asesinos, el de apellido Perry.
Creo que es una joya de aquellas que no entretiene precisamente, que no es fácil de ver, sino que te enfrenta a cierta realidad y permaneces con los músculos tensos esperando que termine. Luego, te quedas pensando largo rato.
Según yo, ese era un retrato acertado de mi admirado chaparro. “Caso cerrado”, pensé.
Sin embargo, un año después salió una película que se basaba exactamente en el mismo período de la vida Capote. Con otro nombre, Infamous, era otra forma de ver el mismo hecho. Vaya confusión, no me cambien el panorama por favor.
No tan famosa como la otra, tuve que esperar a que la pasaran en el cable para verla hace unos días. El actor Toby Jones, muchísimo más parecido físicamente al escritor, nos regala a un simpático gay, no tan planchado que digamos y con una voz escandalosa y chillona con la que anda diciendo indiscreciones a diestra y siniestra. Definitivamente un hombre más mundano y menos intelectual, a punto de caer en la decadencia.
Esta cinta retrata además del proceso de escritura del libro A sangre fría, la frívola actividad social de Capote en Nueva York, con amigas como Diana Vreeland y Babe Paley. Esto le resta solemnidad a la historia, dando a entender a ratos que la compasión e interés del escritor por la historia de los asesinatos era solamente para obtener más información para su libro, y para chismear en fiestas y restaurantes.
Todo cabe dentro de lo posible. Mucho se ha dicho acerca de lo ingratos que somos los periodistas, al fingir muchas cosas (amistad, interés, humildad, sinceridad) con tal de acercarnos a nuestros sujetos, pero una vez terminada la historia, volvemos a ser indiferentes.
Además, dejan bien clarito que entre Perry y Capote hubo una atracción física. Quiero pensar que se basaron en hechos comprobados, y que no se trata de un ardid para hacer más escandalosa la película.
Sin duda, cada persona nos ve de diferente manera. ¿Quién es más fiel? ¿Cuál es el verdadero Capote?
Ante la imposibilidad de saberlo, mejor me quedo con el primero, el que nos guiñe a través de las páginas que escribió. Con ese no hay pierde.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Otro triunfo para Julio



Como un homenaje al triunfo de la película Gasolina del guatemalteco Julio Hernández, al ganar la sección Horizontes Latinos 2008 (mejor película latinoamericana), les dejo con una crónica que escribí para Siglo Veintiuno y se publicó exactamente hace un año , cuando ganó en la sección Cine en Construcción del mismo festival.

Buscando su destino en San Sebastián

Cuando el joven cineasta Julio Hernández decidió forjarse una carrera, también decidió que apuntaría algo. Gracias a su buen trabajo, hizo un importante debut en el prestigioso Festival de San Sebastián.

Jessica Masaya

Moverse es ir del punto A al punto B. Cuando Julio Hernádez en 1992 decidió que quería ser cineasta, empezó un difícil viaje para un artista, sobre todo si es de Centroamérica, lugar donde el cine apenas se mueve debido a lo costoso del viaje. Con su rápida caminata, Hernández le ha dado un buen aventón a dicha cinematografía hasta el Festival de San Sebastián.
Así que embarcados los tres, Hernández, el cine guatemalteco y yo, nos dirigimos al Viejo Mundo. A mí me tocó llegar de madrugada a esta ciudad vasca. Sin haber dormido en toda la noche, un malhumorado taxista me dejó en el imponente Centro Kursaal, sede del Festival, donde me quedé impresionada. El agitado mar Cantábrico fue el único que me vio con la boca abierta bajo la lluvia.

Hermano menor
El certamen Cine en Construcción 12 lleva esa cantidad de años dando aportes a quienes tiene alguna película filmada pero que ya no les alcanza para terminarla. Y sobran los interesados. Tantos que este año los organizadores recibieron 129 de 18 países.
Como suele decirse, y a pesar del cliché es cierto, solo llegar ahí era un premio. Si bien las grandes industrias de otros países compiten por los otros premios, las codiciadas Conchas, el cine de Guatemala logró llegar aquí con una obra en progreso.
Los aportes en juego incluían dinero en efectivo, exhibición en cines y asesoría. En el caso de Gasolina, vendrían a dar por concluida una película que se ha hecho en tiempo récord con la ayuda de muchos. Nadie puede decir que los artistas guatemaltecos no son solidarios, pues muchos donaron su trabajo y talento.

Slepless in San Sebastián
Acostumbrados a que oleadas de personas vengan a San Sebastián cada año, sus habitantes siguen sus vidas sin ponerles mucha atención.
Mientras me moría de frío en una pensión donde nunca se encendió la calefacción (y que costaba Q900 la noche), Julio pasaba las noches en blanco en su hotel cinco estrellas por otras razones. El cine depende de muchos factores, no solamente del talento que a él, por cierto, le sobra.
Sus preocupaciones e incertidumbre lo habían tenido en el avispero desde que se enteró que vendría a este festival hace un par de meses. Pero en especial, las noches previas fueron de un contagioso ataque de nervios, que contraje al entrar a aquella sala de proyecciones.

Cine joven
Si bien muchos países tienen cinematografía desde que nació el séptimo arte, Guatemala ha hecho solo algunos escarceos. En contraste, en ciudades como San Sebastián el cine es como el aire frío que se respira frente al mar.
Al ver tantos artistas, luminarias, productores y largas filas de cinéfilos, me di cuenta lo que la participación de la película Gasolina significa. Por primera vez en 55 años que tiene de existir este festival, su público verá algo filmado en la bella Centroamérica.
Al darme cuenta de esto, del paso tan grande que Julio y el cine de la región dará hacia el punto B, me entró el mismo vértigo que a Julio y empecé a comerme las uñas. Sobre todo al pensar que sería la única paisana en presenciar el prodigio.

Mi país en la pantalla
No podría contabilizar la cantidad de películas que he visto, por medio de las cuales he conocido gentes y lugares remotos. Sin embargo, que una sala de San Sebastián se oscureciera para que luego en pantalla apareciera mi pueblo y se escuchara nuestro acento, me puso los pelos de punta. La proyección de Gasolina fue un momento memorable.
Yo era la única persona en el público que miraba por primera vez la película y que además era guatemalteca. De más está decir que la emoción me embargaba. Luego de verla, me di cuenta de que estaba presenciando un momento importante en la historia de nuestro cine.
Las seis películas en competencia tenían algo que no se ve en Hollywood, una textura diferente que sólo se logra sin una visión comprometida.
Los seis directores de las películas estaban nerviosos, la finalización de sus obras, y quizá hasta la continuación de sus carreras, dependía de este premio. Cuando terminaron las proyecciones, que se llevaron a cabo en dos días, parecían tan ansiosos como para esperar las tres horas y media que les tomaría a los jurados llega a su decisión.
Julio estaba nervioso, pero vi en su mirada la seguridad de quien sabe lo que está haciendo. Con curiosidad, me pidió mi opinión. Como los demás en la sala, pensé que era un proyecto arriesgado, pero precisamente por eso algo que no había visto nunca.

De cuando Guatemala tomó la palabra
Estar en San Sebastián durante su festival de cine es glamoroso. El público se reúne emocionado a ver pasar a las estrellas en la alfombra roja. En medio del frío y el viento, Julio pisó esa alfombra y llegó decidido a enfrentar su destino. El punto B estaba ahí enfrente de él, y se acercó con sencillez.
El salón donde se llevaría a cabo la premiación estaba lleno a reventar. Los fotógrafos y reporteros de medios de todo el mundo tomaban su lugar, el cual, por cierto, debe pelearse a empujones.
Durante la espera, no quise pensar en nada. Trataba de concentrarme en la belleza exagerada de aquel salón del Hotel María Cristina, donde un simple café me había costado más de Q40. Al menos me lo tomé mientras veía conversar muy cerca de Diego Luna con Alfonso Cuarón.
Cuando al fin la ceremonia dio inicio, había un silencio tenso. El jurado del Premio de la Confederación Internacional de Arte y Ensayo, CICAE, Thomas Baumgarther, anunció con alegría que apoyarán la película Gasolina en los mil cines de la AFCAE en Francia y en otros países donde operan. La reacción del público fue de júbilo, mientras que un rincón del salón Julio abrazaba a Pamela, su esposa. Sus primeras palabras al acercarse al micrófono, “estoy más que sorprendido”, sonaron totalmente sinceras. Mis fotografías salieron movidas porque mis manos temblaban de la emoción. Por eso, cuando Teresa Toledo de Casa de América anunció que otorgarán a Gasolina 10 mil euros para su pos producción, las lágrimas se asomaron sin que me diera cuenta.
He aquí un poco de justicia para alguien que ha luchado por su obra sin descanso, pensé. Además, me sentí orgullosa de que fuera mi paisano.

En el ojo del huracán
Cuando la Televisión Española anunció que su aporte estaría dividido entre las películas Acné de Federico Veiroj de Uruguay, Argentina, España y México, y la cinta Sol na neblina de Werner Schuman de Brasil, fue un pequeño descanso entre tantas emociones.
Sin embargo, era el último premio el que se esperaba con más emoción. El Premio Cine en Construcción de la Industria que otorga Estudios Exa, Kodak (división de cine profesional), Mediapro, Molinare Madrid, No Problem Sonido, Technicolor Entertainment Services Spain y Titra Film. Unos gritos ahogados se escucharon en el lado derecho del salón cuando Marichu Corugedose anunció que la película favorecida con este galardón fue Gasolina.
El punto B había sido conquistado, pues la producción de la película hasta la copia en 35 mm subtitulada estaba garantizada. Julio, y el cine guatemalteco, alcanzaron así un punto donde muchas otras puertas se abrirían casi de inmediato.
De pronto, Julio era la estrella de la noche, de ser un visitante pasó a formar parte del exclusivo círculo de ganadores del Festival de San Sebastián. La gente se apresuraba a felicitarlo, a ofrecerle ayuda y consejos. Todos querían estar cerca de él.
Tomarle fotografías y entrevistarlo de pronto se volvió difícil para mí. Mi deber, y por lo que estaba ahí, era reportar de inmediato el importante evento a Guatemala.
Sin embargo, sentí como si una marea de gente alejaba al Julio que he conocido por años, y se lo llevaba lejos. Me alegré por él, pero sentí nostalgia. El tumulto se lo llevó con rumbo desconocido, y al querer buscar el sitio de la celebración, luego de haber mandado la información a Guatemala, lo que encontré fue una calle huraña y desierta. Luego de unos minutos bajo la lluvia y el frío más helado que había sentido jamás, desistí en mi intento de celebrar con Julio su triunfo y me fui a dormir.

Gasolina para rato
Cuando al día siguiente me encontré a Julio contestando los correos que le enviaban para felicitarlo, era el mismo de siempre. Yo siempre exagerando. Se levantó y me abrazó para agradecerme la emoción de la noche anterior. Además, me contó que la celebración no fue tal, pues no había nada abierto a la media noche.
Fuimos a tomar un café a la esquina, mientras tratábamos de calentarnos un poco con el sol que al fin se había atrevido a salir. Julio había dormido luego de días de insomnio y su mirada ya no estaba cansada, estaba feliz.
Me habló entusiasta de cómo todos quieren la película. Lo más seguro es que se estrene en Cannes o en Berlín, y por supuesto que estará presente dentro de un año en San Sebastián, esta vez como una obra terminada.
Me pareció curioso cómo Julio, y el cine guatemalteco, tenían que ir tan lejos para encontrar las llaves correctas para abrir la puerta deseada. Cómo el punto B se trataba de una complicada serie de escalas y arribos. Pero todo valió la pena.
Julio debía reunirse con quienes le darán lo que necesita para hacer realidad su sueño de tener una película para cuando tuviera 32 años. Pero antes, se tomó un tiempo para tomar de la mano a Pamela e ir a conocer San Sebastián como cualquier otro visitante.
Por un ratito, pudo relajarse y disfrutar. Lo que viene, como la mayoría de sueños, trae consigo un montón de trabajo y estrés. Pero así es como lo hacen quienes tienen bien definido a dónde quieren ir.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Una entrada a lo Adelaida L.


Me cuesta trabajo hablar de ti. Creo que es porque soy supersticiosa y no quiero romper el encanto.
Tú eres el premio mayor, la más grande de mis conquistas. Ese monte Everest (o monte Ararat) al que me costó tanto subir (el albur no es intencional). Aquí estoy, en la cima, quietecita, calladita, con miedo de que si me muevo mucho, ó grito, habrá una avalancha o un derrumbe, y caeré estrepitosamente.
Sin embargo, cuando estás lejos, crees que no te menciono porque algo anda mal. Mi amor, mi cielo, no hago otra cosa que pensar en ti. Estando en el otro lado del mundo, cuando me voy a acostar te imagino levantándote lleno de energía. Me adormezco mientras imagino cómo te bañas, qué te pones, cómo arreglas tu melena…
Cuando despierto, lo primero que hago es abrazar la última camisa que dejaste medio usada y que no lavé para poder olerte.
El tráfico, el corre corre, el inicio de cada día, lo afronto pensando que en algún escenario estarás cantando mientras la gente te ve maravillada. Imagino las notas de tu música, como en las caricaturas, viajando en el viento hacia acá, como un eco lejano, conocido.
En la tarde, cuando la modorra me exige un cafecito, te recuerdo con tu taza de café y tu cigarro, fumando en el jardín.
Ya de vuelta a casa, me dedico a contar los días y las horas que faltan para vernos. Estoy arreglando, cual pajarilla, nuestro nido. Manuelito, nuestra cría, pía preguntando por ti. Le explico que cada año emigras para regalar tu canto a otras culturas, a otras gentes. Parece convencido, pues de inmediato empieza tocar su silbato y a brincar.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Otra vez me censuran por ser sincera

Hay cosas que lo desaniman a uno. Me pasa que doy mi opinión muy convencida sobre algo, segura que es mi opinión y que debe respetarse. Luego, resulta que otros me atacan sin misericordia, como si fuera un delito decir lo que uno realmente piensa.
Para mí, el Premio Nacional de Literatura es algo realmente importante, más allá del monto monetario que se otorga, o de las personas que lo eligen.
Según yo, debe ser un escritor o escritora que tenga una carrera literaria hecha, trabajada. Hablar de edades es difícil, pues si bien algunos opinan que debería tener más de 50 años, la edad puede no coincidir con una obra extensa y bien trabajada.
Pero, suponiendo que empezó a publicar en los 20s, el susodicho o susodicha debería tener unos 60 años, lo cual supondría unos 40 años de ser parte de la cultura guatemalteca.
Claro, en esas décadas debe haber estado activo, produciendo, publicando, y quizá dando charlas, criticando y analizando la literatura guatemalteca. Esto último no se aplica a los escritores que se dedican solamente a crear, pero en realidad la mayoría de escritores chapines no solamente escriben sino también son críticos (o columnistas o profesores) e impulsores de la literatura.
Pero no basta la experiencia y la producción, la obra de un Premio Nacional de Literatura debe haber sido relevante para nuestras letras. Es decir, algo innovador, una obra fresca que represente no solamente su tiempo sino también su ingenio.
Los premios y reconocimientos podrían ser una forma de verificar dichos logros, pero también podrían ser engañosos. Hay artistas geniales que no fueron reconocidos por los críticos de su tiempo, por estar adelantados a él.
Por eso, elegir cada año este premio es difícil. Debemos reconocer que ser artista en Guatemala es difícil. Formarse, producir, publicar, promover y seguirse formando puede ser un lujo para quien debe ganarse la vida. Muchos Premios Nacionales de Literatura se han quedado, seguramente, en la sombra, escondidos en modestos empleos con sus manuscritos abandonados por ahí.
¿Debemos darle el premio al que tenga más méritos aunque no llene los zapatos de un Premio Nacional de Literatura? ¿Por qué no mejor incentivar a los que andan en proceso de convertirse en grandes escritores?
Respeto y admiro a mis colegas escritores guatemaltecos, pero creo que debemos ser honestos a la hora de desear el premio, y los Q50 mil que vienen con él. Me entristece decir que me da la impresión que el a partir de este año se hará una especie de lista de espera. Es decir, tarde o temprano todos lo recibirán. Algunos con más méritos que otros, y quizá un par (espero que más) con los requisitos cabales.
Algunos dirán que estoy hablando puras muladas. ¿Será que me equivoco? Quizá. Pero pienso así.
Dignificar el premio es tarea difícil, la cual, he descubierto con más tristeza todavía, nadie quiere asumir. Seguirá siendo un sueño que se promueva la formación, producción y publicación de más escritores de todas las edades, para luego fomentar la lectura de sus obras entre más guatemaltecos. También es una fantasía que el gobierno se comprometa no solamente a llevar a cabo estos programas sino también a premiar el esfuerzo de estos artistas con una honrosa pensión, o por lo menos un premio significativo que le ayude a vivir con más tranquilidad.
Son tiempos difíciles para la literatura. Dicen que los libros son cosa del pasado, todos somos escritores ahora gracias a la Internet y otros medios parecidos.
El Premio Nacional de Literatura le viene guango al guatemalteco común, lo cual es aprovechado por los gobiernos de turno, que año tras año no solo van ignorando las necesidades de los escritores, sino encima le quitan presupuesto al raquítico Ministerio de Cultura, que ve con envidia cómo su mellizo Ministerio de Deportes se mama casi todo.
Admiro a los de Agacine, que con valentía andan promoviendo una ley que busca favorecer la producción de cine en un país que está en pañales en este campo, cuando no se pueden comparar la cantidad de cineastas a la cantidad de escritores que por siglos ha dado importantes obras, la mayoría de veces por su cuenta, sin apoyo, como pueden. Me parecería justo que si esa ley prospera, se haga lo mismo con todas las ramas del arte.
He dicho.

martes, 9 de septiembre de 2008

Baco, no me dejes


Nadie quiere aceptar que tiene un problema con el alcohol, hasta que tiene que hacerlo. Según los expertos que he entrevistado, por asuntos de trabajo, el alcoholismo empieza cuando deja de ser divertido y empiezan los clavos.
Hmmmm….
Uno deja de tener el control. En lugar de pensar “Voy con los cuates a pasarla bien”, solo piensa “guaro guaro guaro”. Luego bebe como coche, hace clavos (se pelea con un extraño, besa a quien no debe, hace streap tease en la mesa, y un largo etcétera) y borra cassett.
Hmmmm…
Y luego, al día siguiente se siente morir, como si tuviera una enfermedad terminal, además la goma moral le ataca, no tanto por lo que se acuerda, sino por lo que se borró de la cinta…
Me consideraba una bebedora social, de aquellas que se emparrandan una vez a la semana pero por algo. Quiero pensar que lo soy, me aferro a esa idea.
No puedo recordar (mala seña) cuándo tomé mi primer trago. Supongo que fue antes de la universidad y seguro que se trató de una cuba libre. Pero fue cuando entré a la USAC que aprendí a tomar cerveza y también ron (en casos extremos con toki, agua o puro). Fue un arduo entrenamiento (pobre mi higadito) hasta que llegó el día en que pude sentarme junto a los grandes…
Pero, la verdad, fue algo hermoso. Déjenme explicar. Alrededor de una mesa (de bohemios dijo el poema) se hablaban las cosas más interesantes que había oído en mi vida. Todos aquellos jóvenes querían cambiar el mundo, como yo. Y me invitaban a ponerme en acción para hacerlo.
Como dijo el Bolo Flores en alguno de sus libros, la bebida se vuelve como un rito casi religioso. Un oficiante sirve los tragos que los devotos reciben con emoción, seguros que irán a un estado (etílico) mejor. La lengua se afloja y fluyen las ideas, hasta el más tímido opina, el tartamudo recita, el feo coquetea, el guapo se siente vulnerable, el creído se vuelve humilde, el cojo feo intenta bailar bonito…
Así fui testiga de grandes conversaciones e intercambios de brillantes mentes, pero también debo admitir que fui testiga (y víctima) de malos tragos y momentos difíciles.
Ya sé, tal comunión se podría hacer también con un café y un cigarro, pero así somos los guatemaltecos, beber es parte de nuestra socialización. Estamos contentos, chupamos, estamos tristes, también. Un triunfo, a brindar, una derrota, más todavía. Para estar con el ser amado, para olvidar los malos amores y para conectar nuevos, un par de tragos vienen bien.
En suma, mi vida con el alcohol ha sido riquísima, no me arrepiento de nada (bueno, un par de cosillas que pasaron hace demasiado tiempo). Tengo un anecdotario digno de un libro, que llevo conmigo como parte de lo que soy, o de lo que era.
Porque últimamente, bueno, digamos unos 2 años, el trago me ha ido cayendo mal. Luego de hacerme un montón de exámenes, la doctora sentenció: “no puede volver a beber nunca más”. Ella, claro, no sabía con quién estaba hablando. Si me conociera mejor, me hubiera dado la noticia con delicadeza y no de sopetón.
La idea no ha querido anidar en la cabeza, anda revoloteando y yo trato de ahuyentarla. Por lo menos ya llevo 3 días sin beber…

jueves, 4 de septiembre de 2008

Me regalaron un dildo


No es que no haya tenido uno antes (llevo dos en mis haberes), sino que me agarró por sorpresa. Cuando entrevisto a alguien que hace pasteles me los da a probar, cuando se trata de perfumes me echa un poquito, cuando es un evento cultural me invitan a asistir.
Así que este señor dueño de una sex shop me ofreció un consolador, con sus respectivas baterías y un tubo de KY.
La primera vez que compré un dildo fui sola y avergonzada. Mis amigas me habían mostrado los de ellas y yo dije: ¿por qué no? Sin embargo, mi presupuesto solo me permitió comprar uno pálido y mal empacado y con olor a hule viejo. Apenas lo usé, fueron los Q350 más desperdiciados de mi vida.
Le oculté a mi novio que tenía uno, no sé por qué. Quizá pensé que era algo que no necesitaba saber, pues apenas había significado algo en mi vida. Lo que no me esperaba, es que él me regalaría uno. Entonces tuve que aparentar ser nueva en la materia. Mea culpa.
Este sí era uno poderoso, rojo, con tres diferentes “capuchas” para darle diferentes formas (lengua, pene y bolitas). Fue una delicia en la alcoba, por aproximadamente 2 días. Luego volvió a su caja y ahora está arrinconado en el clóset, sin querer, lo juro, junto a una virgen de Guadalupe que me regaló mi mamá hace años.
Prefiero a mi novio completo, que también tiene unos labios que besan riquísimo y dicen cosas dulces, y unos brazos que me aprietan después-de. No como ese colorado que yo misma prendo y apago. En este tema sí que difiero con muchas feministas. Es triste hacerlo con una “cosa”.
El regalo en cuestión no es ni siquiera un vibrador con forma anatómica, es de ese tipo “bala”, recto, duro y liso, sin chiste, por lo que ahí se quedó en su caja.
He decidido que voy a regalarlo SIN HABERLO USADO, OJO. ¿Alguien está interesada o interesado?

miércoles, 27 de agosto de 2008

Gossip girl


Es bueno enterarse de cómo están los otros, lo malo es que muchas veces lo hacemos por medio de chismes. ¿Por qué fascinarán las noticias que se cuentan en voz baja y con mirada traviesa? Quizá porque es la versión extra oficial, la que se puede aderezar y estirar o darle la forma deseada.
No podemos ir a preguntarle directamente al afectado ¿de veras te sacaron de tu casa? ¿estás engañando a tu novia? ¿te van a enjuiciar por tus deudas? ¿estás enamorada de alguien que no te pasa balón? ¿tuviste una sobre dosis y tus cuates te dejaron en la puerta del hospital?
Muchas de esas personas ya no pertenecen, o nunca han pertenecido, a nuestro círculo. Entonces es curioso (y hasta algo enfermizo) que detalles muy personales de sus vidas lleguen a uno.
Me apena saber que la relación de una pareja que conoces termine. Si a mí me pasara, no me gustaría que en los cafés del centro (y de muchas otras zonas) se ande contando detalles que, lo más seguro, nos son ciertos.
La gente corta todo el tiempo, es triste, pero así es la dinámica del amor, y no hay nada que se pueda hacer.
Pero lo que sí me emputó recientemente, es descubrir que una mujer buena onda, honesta y bien dedicada a su pareja, es vilmente engañada, recientemente con otra buena mujer. El chisme incluye la frase “así son los músicos”, pero no siempre es cierto (espero...) El hombre (nada joven por cierto) en cuestión no es muy atractivo que digamos, y anda persiguiendo a cuando escoba con falda encuentra, me consta, lo he visto en acción.
Si media ciudad lo sabe, ¿por qué estas dos féminas no se dan cuenta? Es que ¿acaso el amor las ciega? Si es así, ¿todas las mujeres enamoradas miramos solamente lo que queremos ver?
Me pongo a pensar: si yo fuera la engañada ¿me gustaría saberlo? Luego de mucho meditarlo, llegué a la conclusión que sí. Claro, me gustaría que me lo dijera una persona que realmente le importara mi bienestar, y no una chismosa.

Ps. He bajado mi cuota de chismes por dos razones: ya no frecuento a mucha gente ni muchos lugares que digamos, y para enterarme de cómo andan los demás leo sus blogs. Es una forma de voyeurismo que últimamente he practicado, pues los observados no saben que los leo todos los días. Los espío, lo siento. Por lo menos es mejor que chismear…

jueves, 21 de agosto de 2008

Los cuadrados ¿son más?


No termino de sorprenderme de lo conservadores que son quienes me rodean, y lo diferente que soy a ellos.
Muchos son excelentes personas, tienen talentos, virtudes y habilidades, puedo conversar alegremente con ellos. Pero, debo confesar, la armonía se logra porque soy complaciente.
Me explico. Si ellos o ellas empiezan a exaltar la iglesia, los valores morales tradicionales, la supremacía del hombre (solapadamente claro), que si es pecado tal o cual cosa, yo asiento sonriente y pestañeo en señal de “como tú digas”. En cambio, si digo lo que pienso (de dios, de las drogas, del aborto, del suicidio) me dejan hablando sola y no vuelven a hablarme.
Por eso suelo no compartir mis ideas.
Las ateas izquierdosas feministas con tendencias suicidas y proclives a la expansión de la mente por métodos alternativos también tenemos derechos. Así como respeto a la mayoría de personas (menos a los chafarotes y los diputados), espero que también me respeten a mí.
Y cuando digo que las decisiones de la mujer deben respetarse en todo sentido, también hablo de ti, Leslie. No quiero que cambies de opinión, tú sabrás lo que más te conviene. Lo que no quiero es que se condene a los que pensamos diferente.
Respeto la vida totalmente, pero la respetaría más en una sociedad menos mojigata y sin doble moral.

martes, 19 de agosto de 2008

Feliz Cumpleaños, Madge


Muchos creen que me averguenzo de mi admiración por Madonna. No es así.
Me parece una mujer admirable, fuerte, independiente, que ha sabido manejar su vida y su carrera a su antojo. Mientras otras son títeres de las disqueras y de los medios, ella es una verdadera diva. No de balde se ha mantenido vigente desde principios de los 80s.
Además, y es lo más importante de mi devoción, es que todas sus canciones son el soundtrack de mi vida. Desde la primera, Everybody, hasta la que está sonando con fuerza hoy, Give it to me.
Junto a ella, pasé una y otra transformación. Luego de brincar en un Hollyday siendo una puberta, fui Como una virgen y un poquito Chica material, para luego decirle a mi Papá que no me sermoneara. Mis pelos fueron de melena despeinada a cabello corto y mojado.
No paré de bailar con sus remixes, contenidos en ese disco rojo donde me miraba seria y me decía You can dance. Ya para cuando preguntaban Quien es esa chica, yo andaba con las cejas bien negras y delineadas con los primeros noviecitos.
Era momento de un cambio, así que con el fin de los 80s, el pelo se volvió más oscuro y la música más Como una oración.
Los 90s trajeron la sofisticación, los escotes profundos y canciones sensuales (cantaba frente al espejo Sooner or later y Something to remeber ensayando poses de mujer fatal). Momentos más libertinos tuvieron como fondo a Erotica, que también me acompañó a las discos y al descubrimiento del mundo gay y clandestino (adoro la rola Bad girl, excelente video).
Un largo período de febril actividad laboral y estudiantil se hizo acompañar por sus Historias para la hora de dormir y la recopilación de canciones romanticonas (inolvidable canción la de Take a bow), rematando con la época de Evita, llena de desencantos y lecciones aprendidas.
El nuevo milenio se acercaba y luego de convertirse en madre, Madonna nos regaló un Rayo de luz.
Este es el parteaguas. El desenfreno paró y vino una etapa luminosa, energética, sana, que le hizo ganar energías, mientras yo me preparaba para vivir sola. A partir de aquí ya nadie dudó que fuera la reina del pop, tomando así el trono del que no se ha bajado todavía. Con su Music puso de moda la ropa vaquera otra vez, así como estar saludable y el yoga.
El incomprendido disco American life me agarró por sorpresa en la época más oscura de mi vida. Es un disco menos festivo y más reflexivo que me trajo de vuelta a sus pies y me jaló las orejas. Con cicatrices y corazones rotos en los bolsillos, así como la sensación del que ha tocado fondo, la vida se hizo en mí, en mi vientre.
Hung up se volvió el disco de la celebración, la fiesta del renacimiento. Madonna, por primera vez revisitándose a sí misma, nos regaló canciones con gustillo a tiempos pasados. Como cuando las amigas se juntan para ir a la disco y a recordar.
Ahora estoy empezando a saborear mi Hard Candy. Chupada a chupada, los dulces no deben morderse, no dejo de sentir como si es una vieja conocida, una amiga, una maestra que no deja de invitarme a ser fuerte, a ser independiente, a ser mujer.
El sábado pasado Madonna cumplió 50 años (me lleva 14 de delantera). Fibruda y energética, gracias al pilates y al yoga, no es una vieja queriendo parecer jovencita. Es una mujer madura que le da riata las nuevas, en todo sentido.
Feliz cumpleaños Madge (apodo con el que la bautizaron los ingleses, es una abreviatura de Your majesty).

lunes, 18 de agosto de 2008

Valerosa lucha


La iglesia católica a través del sacerdote mexicano Segio G. Román pide a las mujeres tener más “pudor” para evitar violaciones. El religioso recuerda con nostalgia que las mujeres antes usaban faldas lardas y que los hombres les veían las piernas solo cuando llovía. Entonces, hace un llamado para seguir las siguientes normas para evitar ser blanco de agresiones sexuales: no usar ropa provocativa, cuidar miradas y gestos, no permanecer a solas con un hombre aunque sea conocido, no admitir pláticas o chistes picantes, no permitir familiaridades del sexo masculino y pedir ayuda cuando se sospeche de una “mala intención”.
Yo me pregunto, ¿en qué siglo viven estos iluminados sacerdotes? ¿y cómo puede ser posible que haya gente que los escuchen TODAVÍA? Según estos “líderes” somos nosotras con nuestros cuerpos los que hacemos agresivos a los hombres, por eso debemos cubrirlos. Además, ponen a los hombres en el papel de bestias incontrolables que no pueden ver demasiada piel porque se tiran encima de la hembra.
Si bien vestirse depende de los gustos personales, del estilo propio y de la ocasión, una mujer debe poder ponerse hasta la falda más corta y el escote más bajo si así le da la gana. El hombre DEBE respetarla, pues es un ser civilizado capaz de controlar sus pasiones y admirar la belleza de la mujer sin tener que “poseerla”. Además, un violador atacará sin importar cómo está vestida su víctima.
Más que darme risa, este tipo de posturas me hacen enojar. ¿Por qué mejor no hacen comunicados para exigir que los hombres abusadores y violentos sean perseguidos y condenados? ¿Por qué no promueven una mejor educación de los niños y niñas en materia de sexualidad y equidad? ¿Será que no les conviene porque entonces serían personas pensantes que dejarían de ser el rebaño de la iglesia?
Por otro lado, el obispo de Guatemala vuelve a condenar, por enésima vez, el aborto. La semana pasada un grupo de feministas gritaba “de nuestros ovarios saquen sus rosarios” enfrente del Congreso.
De jovencita apoyé el aborto con pasión y todo el mundo me decía que luego iba a cambiar de opinión, cuando fuera madre.
Es un tema difícil, lo sé. Ahora que soy madre, sigo apoyando el aborto, claro, siempre de la mano de una buena educación sexual. Como dicen las valerosas feministas, nadie debe decidir por nosotros cuando se trata de nuestros cuerpos. Mi cuerpo, mi decisión. Pero debemos luchar para que las mujeres tomen esa decisión bien informadas. Que tengan una sexualidad responsable y satisfactoria, y que disminuyan embarazos no deseados.
Autorizar el aborto sin fortalecer la educación sexual sería una locura. Sin embargo, seguir aplazando el debate acerca de los derechos sexuales de las mujeres es vivir en el oscurantismo. Ser madres o interrumpir un embarazo no deseado, es una decisión personal donde nadie, ni la pareja ni mucho menos la iglesia, debe entrometerse.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Canela enamorada


Hoy amanecí feliz. Tanto, que tenía que escribirlo en mi blog (perdón Andrea T., esto es del tipo de entrada que tanto te cae mal: Querido diario…)
Soy muy afortunada, siempre lo he sido. Lo que pasa es que a veces no veo claro, por culpa de ciertos traves (que según Stanley se quitan con una buena trancaseada).
Mi vida es maravillosa, aunque me quejo mucho. Mi hijo es lindo y listo (como todos los hijos de todos), mi trabajo es soportable y bien remunerado, y mi pareja… ¡es el mejor hombre del mundo! Para colmo, encontramos la casa de nuestros sueños (en la zona 2, con garita y cerca de todo).
Tanta dicha, debo confesar, da miedo. Ya saben, me crié como cristiana, y la culpa no me abandona. ¿Será que al fin recibí lo que merecía? ¿O tarde o temprano se terminará la buena racha y volveré estar en la mugre?
Por lo pronto, no puedo dejar de sonreír. ¿No es maravilloso?

lunes, 11 de agosto de 2008

Rigo con boquitas


Era sábado por la noche, frío y lluvia afuera, yo con SPM adentro. Sin embargo, debíamos llevar a un mae costarricense a tomarse unos tragos. Una hueva enorme me invadió, pero entonces recordé lo amables que han sido otras personas al enseñarme sus respectivas ciudades, aún con frío y con lluvia.
Fuimos a recogerlo bien lejos, y sin mucho ánimo salimos a buscar acción. El mae no conocía nada, realmente estaba emocionado. “¡Qué linda ciudad!” nos decía, y nosotros claro, sí, aja. “¡Se parece la Habana!” Voltee a ver, estaba viendo emocionado a través de la ventana.
Lo imité, y empecé a ver mi ciudad con más detalle. La verdad es que no es fea, sobre todo de noche, sin gente ni tráfico. Si tan solo no me diera tanto miedo andar afuera. Realmente envidio a los que no viven aquí y salen a turistear sin miedo, sin malos recuerdos de asaltos ni abusos. Me he vuelto un poco malinchista (después de ser muy patriótica), pero luego de comprobar día tras día que la vida aquí no vale nada y que la impunidad reina, admiro la valentía de quienes vienen a conocer Guatemala (si no vean a los viejitos gringos que fueron asaltados por unos “piratas” el fin de semana pasado, mientras descansaban en su bote en Río Dulce, era una pareja y al hombre lo mataron a machetazos por unos dólares).
Volviendo al mae, él quería ir a todos lados, puro niño emocionado. Mi deber, claro, era recomendarle prudencia y quitar la cara de turista. Quedó preocupado un ratito, pero luego luego le regresó la emoción.
Como es músico, quería ir a un bar con música en vivo. La mayoría de lugares estaban medio tristones, vacíos. Intentamos ir a Rockolvuj (o como se escriba), pero estaba muy lleno y el sonido muy alto. Terminamos en Tarboosh viendo a Pancho (o lo que queda de él sin pelo) de Viento en Contra cantando sus canciones favoritas.
Nada especial.
Enfrente, en el Café del Paseo, anunciaban a un grupo cubano. Fuimos, y para nuestra sorpresa, el lugar se ha convertido en un salón de baile. El tal grupo cubano tenía como vocalista a aquel que cantaba “El cejudo”, que por cierto cantó para delicia de los asistentes, que se la sabían completita (el cejudo soy, el cejudo soy, con mis cejas voy y así yo soy feliz). “Esto quería yo, algo más popular y folclórico”, nos dijo el joven mae, que resultó pertenecer a esa nueva generación que adoran la cumbia de barrio.
El lugar estaba lleno de oficinistas escapados, parejas disparejas, hombres y mujeres en-busca-de, esposos que añoran los 80s y se saben todas las canciones de la salsa erótica.
Antojada, como siempre, me fui a comprar un mi sushi y en el camino pasé enfrente de La Barra. Regresé con mis acompañantes con la novedad de que en ese lugar sí que había una fiesta popular.
Allá fuimos pues. Las mujeres gorditas bailando solas, los hombres cantineando a las bonitas, parejas en los rincones brindando abrazaditos con cerveza mixta, ahhhh, la felicidad fácil del proletariado. El cantante, vestido con guayabera, mandando saludos a los festejados, que pedían sus canciones y luego las cantaban como si de eso dependiera su vida.
Recordé cuando trabaja en la USAC e íbamos a La Barra de la avenida petapa el día de pago. Era un cónclave de los trabajadores de las maquilas de los alrededores, que se mezclaban con estudiantes y burócratas en perfecta y fugaz armonía.
Cortázar tiene un cuento magnífico (Las puertas del cielo), donde un abogado se mezcla con las clases populares que van a las milongas con un fin supuestamente antropológico, pero en el fondo se va enamorando de ese ambiente. Desde siempre, soy devota de invadir otras realidades, de todo tipo. Me viene como anillo al dedo en mi trabajo como periodista.
Rigo Tovar revisitado, la cerveza de barril y los frijolitos volteados fascinaron no solamente al mae, sino a nosotros también. Hasta se me olvidó el SPM.

jueves, 7 de agosto de 2008

Todavía


Sé que no se puede cambiar el mundo fácilmente, no soy ingenua. Pero también sé que para cierto tipo de ser humano es imposible aceptar el mundo como está, y que no podrá vivir tranquilo si no hace algo al respecto (algo, cualquier cosa, aunque sea en su cuadra).
Hay causas justas, sin duda. Que haya personas podridas alrededor, es otra larga historia. Lo que sí es cierto, es que gracias a los rebeldes el mundo sigue avanzando.
Por mi parte, ahora me conformo con no ser indiferente. Ya no salgo a apoyar y a gritar a las calles, encapuchada o no, es cierto. Pero, como periodista, artista y humanista, no puedo cerrar los ojos, no puedo simplemente decir “así son las cosas, no se puede hacer nada, yo estoy medio bien y eso es suficiente”. Si negarme a hacerlo es ser trasnochada, pues lo soy y ya.
Ser indiferente puede parecer cool y muchas buenas personas se disfrazan así para caer bien. Mi esperanza es que haya más personas en el otro extremo, más de los que piensan en otros antes de encerrarse en su mundito, intoxicados en su aburrido yoyismo.

martes, 5 de agosto de 2008

Pasividad histórica



Me ha tocado ver cómo algunos extranjeros se quedan atónitos al darse cuenta cómo los guatemaltecos nos quedamos cruzados de brazos ante la realidad que vivimos.
En mi primer trabajo (como recepcionista en una pequeña empresa), el jefe y dueño era un italiano que hablaba como gritando y con grandes gestos corporales.
Un día llegó entre preocupado y alarmado: había visto a un hombre muriendo (de frío, de goma, de hambre, de olvido) en la banqueta. Los demás, claro, todos guatemaltecos, le explicaron que era un “charita”, que pasaba todo el tiempo, que era normal.
El no entendía, “llamemos a alguien, ayudémoslo, no puede quedarse ahí”, decía con los ojos desorbitados. Ante su insistencia, llamamos a los bomberos, que nunca llegaron al explicarles el caso. El se conformó con llevarle ropa y comida, rascándose la cabeza y tratando de entender al país que había elegido para vivir.
Una década después, la sala de redacción de Siglo Veintiuno estaba inmersa en una acalorada tarde de trabajo. El ruido de los teclados, teléfonos sonando, gente que va de un lado a otro. La realidad desfilando en nuestros monitores, mientras nosotros la capturábamos, la amasábamos y la empaquetábamos. Nada fuera de lo común.
De pronto, se oyeron gritos que venían de la oficina del director de aquellos tiempos, un costarricense robusto y colérico, periodista viejo y sabio. Había reunido a varios en su oficina para comentar el robo de Q250 millones (ó Q350, no me acuerdo) de las arcas del IGSS que acababa de ocurrir. A sus editores parecía no importarles lo que oían, como si fuera algo cotidiano.
Entonces el director montó en cólera y salió a la gran sala de redacción a gritarnos a todos. A decirnos que era nuestro dinero, el que sudábamos cada día, el dinero de los pensionados que podían ser nuestros abuelos y padres, el dinero que debería darle cuidados y vacunas a nuestros hijos. Sus ojos estaban inyectados de cólera, pero también de una incredulidad inmensa. “¿Qué les pasa a los guatemaltecos?” se preguntaba en medio de un montón de chapines que miraban a otro lado, que actuaban como si no fuera con ellos.
Hoy cientos de campesinos pobres caminaron kilómetros para hacer oír su voz, cansados de promesas incumplidas. Obstruyeron las principales arterias de la ciudad, pero los noticieros se limitaron a reportar el caos del tránsito. La gente miraba desde sus casas por dónde podía pasar sin toparse con los “inditos” que vienen a alborotar una ciudad que no es la suya.
Cada quien que iba llegando a la oficina, solo pensaba en lo que les había costado llegar, en el desorden, en el tiempo perdido. Luego de comentarlo con los demás, siguieron un día normal.
La jefa, una mujer madura de Sudamérica, no entendía por qué no se unían más personas a la protesta, y por qué aguantamos todo callados, miedosos, conformes. Por qué solo pensamos en nosotros mismos. Por qué somos como somos.
Razones para estallar nos sobran. Yo no quiero pagar impuestos si los diputados se los roban, si no puedo salir a mis queridas calles sin ser asaltada, si no puedo llevar a mi hijo a un hospital donde lo traten como se lo merece, si las escuelas donde podría llevarlo a estudiar se están cayendo de viejas.
Pero, soy guatemalteca y estoy aquí sentada escribiendo en mi blog mientras los campesinos protestan solos bajo la lluvia.

lunes, 4 de agosto de 2008

La vida secreta del amor


El primer dato sorprendente que escuché sobre el amor (de pareja), fue uno del Discovery Channel hace años. Según un documental, la reacción del cerebro ante este sentimiento es muy parecida a la que se obtiene al consumir cocaína. Trent Reznor tiene razón cuando canta You are the perfect drug entonces.
El problema es que, a diferencia de la cocaína, el amor no solo es permitido sino que es sobrevalorado. Se le exalta como algo indispensable, un must en la vida. No es raro que los demás consideren a una persona “incompleta”, “desdichada”, “salada” y/o “con problemas” si no tiene a su media naranja a la par. No importa cuánto disfrute de la compañía de otros, del sexo, qué tan exitoso sea en los otros ámbitos, siempre se le conocerá como “solitario”.
Luego estuve leyendo, por razones de trabajo, claro, acerca de las dependencias. La dependencia afectiva es un mal de nuestros tiempos y la sufren millones de personas. Almas piadosas que lo soportan todo (y quiero decir TODO) en nombre del amor. Aquello de “pégame pero no me dejes” es una realidad, prefieren una vida de humillaciones, antes de sufrir el síndrome de abstinencia del amor.
Y hace unos días vi otro programa de televisión, esta vez en Nat Geo. Verán, soy adicta (otra que bien baila) a todo lo que tiene que ver con la ciencia forense criminológica. Pues el programa se trataba acerca de los asesinos en serie y sus secuaces. Sorprendentemente, muchos son parejas sentimentales.
Una psiquiatra bien planchada y acreditada, dijo que el enamoramiento es un ataque de locura y de estupidez. Literalmente, dijo que la persona perdidamente enamorada es peligrosa, capaz de cualquier cosa. Además, aclaró que estas teorías en el mundo en que vivimos, que exalta la emoción de estar enamorados, no tienen muchos seguidores que digamos.
Así como unos se ponen a dieta, cambian el color de cabello, su estilo de vestir o de hablar y gastan hasta lo que no tienen para complacer al amado o amada, existen otros que son capaces de matar y descuartizar si el susodicho peor-es-nada se lo pide. No faltan los que roban, estafan, abandonan a inocentes niños, desvían fondos del congreso y mienten bajo juramento como una prueba de amor.
Estos estudios han demostrado que hasta el más inteligente de los mortales, bajo los embrujos del amor, se vuelve un pelele sin voluntad.
Lo bueno, o lo malo, es que es una locura temporal, como el efecto de la cocaína. Más tarde o más temprano, la víctima despierta, en el peor de los casos junto a un ser que al final de cuentas no es tan maravilloso ni valía tanto la pena.
En el mejor de los casos, junto a una persona normal con defectos y virtudes, pero simpática y madura con quien construir una relación de verdad.

lunes, 28 de julio de 2008

Me quedo con Johnny y con Heath (hombres con sacos de franela hechos a la medida)



La versión que de Willy Wonka hizo Gene Walder no me gustó para nada cuando era niña, menos ya de grande cuando tuve que compararla con la de Johnny Depp. Las escenografías tan chafas de aquellas épocas no impresionan ya, y el personaje de Willy Wonka se queda en lo superficial, a pesar de la buena actuación del actor de ojos saltones, con quien, por cierto, jamás habría tenido pensamientos pecaminosos…
Además el tal Charlie setentero es un niño de pelo teñido que no me inspiró ternura, me pareció tan o más desesperante que los otros niños. Y qué decir de los oompaloompas, ¡qué horror! ¡tiesos y sin gracia!
En cambio el genio terrible de Tim Burton hizo una película maravillosa. Todos los personajes, no solo el pálido candy man, están bien trabajados. Esta vez Charlie si me inspiró ternura, el niño pobre pero digno, junto a su ancianísimo pero simpático abuelito. La fotografía no podía ser más bella, con un colorido alucinado que me recordaba todo el tiempo a Lucy in the sky with diamonds…
Un Willy Wonka bien caracterizado, que nos deja ver qué hay detrás de su retiro, de su encierro, pobre hijo de dentista que no podía comer dulces. Con este Willy si me tiraba al río de cocholate para darle un poquito de color a sus mejillas…
Igual sensación me dio el Joker de Batman. Los anteriores Guasones, incluido el de Jack Nicholson, me parecieron payasos cínicos, nada más. Aunque debo reconocer que tengo cierta aversión por ese actor panzón y pelón (Nicholson) que quiere seguir pasando por galán. Tiene algunas películas buenas (The Shine, Easy Ryder, A few good man), pero no me simpatiza.
En cambio, el bello finado Heath Ledger logró algo inusual, una actuación que se roba el show. Un villano filósofo con intensiones macabras y un origen misteriosos (su actitud ante el dinero me dejó fría). Me uno a los que gritan ¡Oscar! Que valgan de algo las noches en vela aderezadas con drogas que le costaron la vida al canchito australiano, atormentado lejos de su hija y su mujer.

viernes, 25 de julio de 2008

Carri Bradshou vrs. Briyit Yons


Aquellos años de locura. Frente al televisor pasaba largas horas comiendo sopas de vaso con cerveza, chucherías y cómida rápida. Ante tal calidad de nutrición, el peso subía y subía. Por la noche recibía a un grupo de gruñones, como yo, para jugar por horas en la pequeña mesa de mi sala. Cada quien jugaba más consigo mismo que con los demás.
Cuando podía, veía Sex and the city, y luego me quería sentir como Carry Bradshaw mientras caminaba por las calles zona 9, cuando secretamente en realidad era como una Bridget Jones del tercer mundo.
Ahora, años después y ya con mi mente y mi vida más en paz, tuve la mala suerte de ver la secuela de Bridget Jones. Qué asco. La gordita alcohólica pero divertida, se volvió una gordísima abstemia insoportable. ¿Es ese el futuro? ¿Es el alcohol (y todo los demás vicios) los que nos hacen simpáticos en realidad?
Decidí hacer como que nunca vi ese remedo de película, y quedarme con el recuerdo de la primera Bridget.
Por eso fue un reto ir a ver Sex and the city, la película. Por tratarse de un ícono, de un ideal (vivir en Nueva York, ser sofisticada y que Vogue te pague $5 por palabra), no era cosa fácil. Acaso también estas mujeres, mi admirada Carrie, ¿se volverían una bola de histéricas?
Afortunadamente, no. No puedo decir que es una buena película, pero es el episodio más largo y entretenido que ha tenido la serie. Aunque con más arrugas y menos picardía, la química entre ellas es igual. Un par de detalles de la historia (reacciones exageradas) y el hecho de que pudieron cortarle unos 20 minutos por lo menos, no importaron. Igual pude ver en la gran pantalla mi fantasía máxima: tener amigas.

martes, 22 de julio de 2008

La historia de mi vida

Cuando incursioné en el feminismo, mis mentoras desconfiaban de mi apariencia. Ya saben, las feministas no se tiñen el pelo, ni se maquillan, ni se rasuran las piernas ni las axilas, mucho menos se depilan el bigote. Ellas esperaban quitarme todas esas malas costumbres. No lo lograron, pero aprendí de ellas lo importante: soy la dueña de mi vida y nadie se mete conmigo.
En el otro lado, las mujeres que sí se preocupan por su aspecto, se asustan (e incluso se ofenden) por mis pensamientos radicales. Recibo mucho comentarios del tipo de “quién te mira”, “nunca lo pensé de ti”, “mosquita muerta” cuando descubren lo que leo, lo que escribo, lo que pienso, lo que hago. No sé si ofenderme, quizá mi apariencia y mis modales debería ir más acorde con mi interior. Pero adoro los tacones, plancharme el pelo, hacerme las uñas, maquillarme por horas frente el espejo. Así soy, ni modo.
Cuando empecé a trabajar como secretaria, siendo muy jovencita, por muchos años me sentí atrapada entre gente tradicional y políticamente correcta, aunque con doble moral. Debía, porque me lo exigían, vestirme para verme mayor y así inspirar respeto. Hastiada, me dediqué coleccionar amistades con gente más “cool”, de esa que cambia el mundo pero en el proceso escandaliza su entorno. De día oficinista correcta, de noche aprendiz de filósofa y artista.
Fue un alivio ir a trabajar a S21, pero tuve que cambiar todo mi guardarropa de “vieja”. Mis nuevos compañeros eran ésos a quienes frecuentaba de noche en actividades culturales (y etílicas). Ir a trabajar era como juntarse con los amigos. Tiemposh aquellosh. Siempre estábamos en algo nuevo y compartiendo interesantes puntos de vista. Siempre estábamos evolucionando, experimentando y, ciertamente, ir de fiesta con ellos es cosa seria. Claro, en el otro extremo, debo decir que son irreverentes y hasta groseros, aún con sus amigos. Además, no son puntuales ni cumplidos, y la sensibilidad no es precisamente su fuerte.
El problema vino cuando me embaracé y empecé una vida familiar. Ya no podía llevarles el ritmo, y la vida siguió, sin mí. Los supermercados, consultorios pediátricos, visitas familiares y juegos infantiles ocuparon mi vida. No me quejo, es una buena forma de dejar de ser egoísta.
Luego, me cambié de trabajo, y de universo. Ahora solo me queda la apariencia de mamá de mediana edad, y nadie con quien hablar. Al parecer en este periódico eligen a los empleados pensando en el público que lo lee: personas tradicionales. Aquellos que solo quieren vivir tranquilos, hacer bien su trabajo, cumplir con sus creencias religiosas y, quizá, encontrar el amor. Son fabulosos compañeros, son amables, sonrientes, siempre están de buen humor. Si te pasa algo, te apoyan sin pensarlo, te ofrecen todo tipo de ayuda. Eso sí, se van derechito a sus casas luego de un gratificante día de trabajo. Son muy prácticos, dan interesantes ideas para la casa, para la pareja, para los niños, para la cocina.
Sin embargo, no puedo evitar sentirme como una farsante, al ser tan diferente a ellos, y frustrada, al no poder expresar lo que realmente pienso.
Ambos mundos no pueden convivir, sino miren lo que pasó en los comentarios de mi post anterior.

viernes, 18 de julio de 2008

Busted!


Un amigo mío muy observador se dio cuenta que en la foto de una entrada anterior tenía a unas chicas de shorts ajustados de fondo. Mea culpa. Ese día de Guadalupe (iniciando la tradición) andaba en mi rincón favorito de Hooters….
¿Una feminista en tal antro explotación femenina? Si me vieran mis maestras ideológicas me matan, aunque muchas de ellas son lesbianas, entonces quizá les darían ganas de ir, o ya fueron.
Cuando anunciaron que habría un Hooters en Guate, dije, “esa influencia gringa nos sigue corrompiendo”. Pero un día fatídico hubo una presentación a la que asistí por trabajo (y por la cerveza gratis) y el lugar no me pareció mal por dos razones.
Los bares de siempre me estaban como estrangulando. Muchos recuerdos (no todos buenos), muchos amigos (y uno que otro enemigo), muchas tentaciones. Baños sucios a donde no se va solamente a orinar (if you know what I mean), mala comida ó no comida del todo, meseros artistas que se la pasaban platicando y no trabajando, largos minutos de espera para que te atiendan, en fin. Amo ese mundillo, pero a veces es difícil de digerir. En lo personal, me cuesta trabajo saludar a la gente, a veces solo querés emborracharte y ya, sin hacer vida social. Al mandado y no al retozo. Además, si hacés algún clavo (o andás de romances), seguro seguro algún conocido te verá (y hasta te tomará fotos) y empezará a correr el chambre.
En cambio, encontré en Hooters un paraíso impersonal, como MacDonalds ó cualquier centro comercial. Como diría mi amigo JPD, nobody knows, nobody cares. Siempre es gente diferente, en su mayoría treintones que después de la ofi se van echar las chelas y el taco de ojo. También van mujeres que toman con seriedad y sin poses. Nunca me he encontrado a un conocido. Lo malo (pero si estás bolo se vuelve gracioso) son los días de karaoke, la música en vivo de covers mal hechos y los precios más altos; lo bueno es que la comida es rica y los baños siempre están limpios y nadie está haciendo nada ilícito ni cochambroso. Además, hay seguridad en el parqueo y el tira registra por si las armas de fuego.
Lo otro, son las chicas.
Bueno, aquí viene una declaración. Me gustan los hombres (estoy loca por uno), pero siempre he sentido cierta atracción por las chicas. Uf, que difícil fue admitirlo. Según mis amigos, soy una lesbiana reprimida. Siento debilidad especialmente por Madonna (sí, aún ahora que está vieja), Winona Ryder y Carmen Electra. Pensando que quizá ellos tenían razón, una vez acepté cuando una mujer (casada y con hijos pero cachonda) me ofreció un beso en la boca. La verdad no sentí nada, me desagradó su labial contra el mío y ahí murió. Cuando he bailado y manoseado a alguna streaper (otra confesión) lo hice más por curiosidad que por erotismo. Solo pensaba “qué pechos tan firmes, qué cinturita”, mientras ella se hacía como si le gustaba.
O sea, físicamente las mujeres no despiertan nada en mí. Es otra cosa, pura contemplación, o en algunas casos, como mi adorada Madonna, admiración.
Además está el juego erótico de ir a ver chicas con tu hombre, tejer fantasías, sentirse atrevida. Cuando él notó que me gustaba, casi se muere de la felicidad. Claro, deben ser chicas bonitas y tontas que de ningún modo puedan trasladarse a nuestra realidad cotidiana.
Entonces un día Al Día me mandó a cubrir la elección de Miss Hooters, y debo aceptar que fue una velada memorable, con ceviche y cerveza en mano, vimos desfilar a chicas sexys disfrazadas como en las películas eróticas (una enfermera, una policía, una militar, una piloto, en fin).
Con la esperanza de seguir disfrutando la belleza de estas modelos clase B, seguimos asistiendo a Hooters, además, con nuestra Club 21 nos regalaban un pichel. Pero un día, las chicas lindas desaparecieron. Ahora son mujeres promedio (delgaditas, sin tetas ni nalgas, con uñas feas y cepillados caseros), que lo atienden a uno de mala gana y luego quieren 40% de propina.
Ya no hay fantasía. Se acabó la magia.

miércoles, 16 de julio de 2008

Epílogo


(la foto es de Edgar Quisquinay y estamos en la Asociación de Estudiantes de Humanidades por los años 90s).Hoy tuve un extraño despertar. Me resistía a abrir los ojos, cuando el hombre que duerme a mi lado me preguntó si conocía al que salía en el telenoticiero. Enfocando con dificultad la mirada, me di cuenta que habían asesinado al decano de mi querida Facultad de Humanidades, Mario Calderón.
Me levanté de inmediato, e innumerables recuerdos vinieron de golpe a mí con sentimientos enocontrados. Recordé mis años en dicha casa de estudios, que fue mi “hogar” por toda la década del 90. En su mayoría, en esos años pertenecí a un fuerte movimiento estudiantil que ha dado frutos, pues muchos de ellos son los intelectuales que rigen o analizan nuestro país en la actualidad. Pero eso lo contaré otro día.
El hecho es que a mediados de los noventa, años antes de la firma la paz, mi agrupación política tenía la dictadura perfecta: teníamos la asociación de estudiantes, teníamos un representante en la junta directiva de la facultad, uno en el Consejo Superior Universitario y en importantes secretarías de la Asociación de Estudiantes Universitarios, not to mention que la huelga de dolores era cosa nostra. Todo funcionaba como un reloj. Todo menos la decanatura humanista.
El decano, señor obeso que más parecía inspector de camionetas que intelectual, era un verdadero obstáculo con sus ideas oscurantistas. En esos años, el profesor más popular era el pedagogo y defensor de los derechos humanos, Carlos Aldana. Uno realmente deseaba que llegara la hora de su clase, y una vez empezaba a hablar, todos callaban.
Aldana salía en la tele como cara de la ODHA, daba charlas, escribía libros, era puntual, realmente te enseñaba. Cuando se le propuso lanzarse como candidato, aceptó para más felicidad de la muchachada que de él. Era una responsabilidad más, pero la asumía con entusiasmo.
Todo iba bien, hasta que Mario Calderón se lanzó también. Profesor de pedagogía, era famoso por otras razones. Se decía en los pasillos que era muy enamorado, cosa que escuché de labios de dos patojas que vivieron en carne propia sus “cortejos”, a pesar de ser casado. Más de una logró ganar sus cursos luego de salir con él. Yo, que andaba también en amores ilícitos, me lo topé una vez en esos lugares oscuros donde van las parejas que necesitan esconderse. El chaparrito, que bailaba apechugado con su “novia”, solo alcanzó a guiñarme el ojo al ver que mi acompañante era mucho mayor que yo. Luego, en los pasillos de la facultad, me dijo que él no había visto nada si yo tampoco. Me enojé pero tuve que morderme los labios.
Una vez iniciada la campaña para la decanatura, como políticos responsables que representaban a todo el cuerpo de estudiantes, decidimos citar a los dos candidatos para que nos explicaran sus planes de trabajo, para luego decidir a quién apoyaríamos oficialmente. Era obvia nuestra preferencia, pero había que darle el beneficio de la duda.
Carlos Aldana llegó con un documento bien gordo, de muchísimas de páginas, donde explicaba su visión de la Facultad de Humanidades. Nos convenció y hasta conmovió con su entrega, sus ideas hasta quijotescas, su visión de lo que un verdadero humanista es.
Luego llegó Mario Calderón con las manos vacías. El llegó a negociar nuestro apoyo. Nos dijo que si lo apoyábamos tendríamos más recursos para la asociación, becas, viajes, abastos, permisos, casas, carros, sueldos, puntos. Pero y ¿el plan de trabajo? Sin inmutarse dijo que no tenía, que debía saber quiénes lo apoyaban, quiénes estarían de su lado, para luego decidir cosas. Fue un insulto a nuestra inteligencia y a la facultad, así que nos fuimos con Aldana.
Días después empezó una memorable campaña electoral. Trabajamos duro, nuestro grupo se lució y Carlos Aldana hacía malabares para tener tiempo y cumplir con la agenda. Mientras, Mario nos miraba como diciendo “ya van a ver”.
El día de la elección fue triste. No recuerdo los detalles, pero estábamos seguros del fruto que rendiría nuestro trabajo, hasta que…
El parqueo se empezó a llenar de camionetas extraurbanas que traían gente de las extensiones departamentales de la facultad. En la sede central éramos poquitos, pero en el interior había muchísima más gente. Misteriosamente, llegaban, votaban, se les daba de comer y se iban. Así, todo el día.
Mario Calderón ganó y nosotros lloramos. Aunque hubiéramos previsto esta jugarreta, ¿quién tenía tanto dinero para ir a cada extensión y “convencer” a tanta gente y luego traerla? Ni los estudiantes de la sede central, ni el claustro de profesores, ni los profesionales pudieron contra tanta gente.
Claro, nosotros seguimos en la lucha, como la oposición bien clara. Pronto, empezaron los cambios sospechosos, vimos a estudiantes mediocres llegar a auxiliares, y a otros no muy aplicados graduándose gracias a tesis que surgían de la nada.
Pero lo más triste fue cuando, alegando que había muy pocos estudiantes, Mario quiso cerrar la carrera de filosofía. Los 20 pelones filósofos y la asociación tomamos el edificio e hicimos una gran bulla. Nuestras pancartas decían “la filosofía es la cabeza de la universidad, Mario sacó la guillotina”, o algo así. Además, algunos se atrevieron a señalar sus acosos y corrupción. Fue memorable, hicimos que diera vuelta atrás.
Sin embargo, Mario nos sentenció. Dijo que ninguno de nosotros nos graduaríamos mientras él fuera decano. Por algún tiempo lo cumplió, uno de nosotros tuvo que apelar al Consejo Superior Universitario, del cual era miembro, para que se investigara por qué el trámite de aprobación de su tesis era siempre detenido o rechazado.
Con los años las cosas se calmaron y Mario se acomodó. Además, con la firma de la paz las asociaciones y grupos dejaron de tener ideales tan radicales y Mario fue electo dos veces más (no me consta si hizo el truco de los buses), siendo el más antiguo de la Universidad.
Nosotros, los de entonces, maduramos y salimos al mundo real donde aplicamos lo aprendido. Carlos Aldana es uno de los pedagogos más respetados del área, actual vice ministro de Educación y tío de Carlos Peña.
Por eso parece el final de una historia inconclusa, o su epílogo, ver que ayer asesinaron a Mario cuando iba en un carro agrícola con placas oficiales.