martes, 5 de agosto de 2008
Pasividad histórica
Me ha tocado ver cómo algunos extranjeros se quedan atónitos al darse cuenta cómo los guatemaltecos nos quedamos cruzados de brazos ante la realidad que vivimos.
En mi primer trabajo (como recepcionista en una pequeña empresa), el jefe y dueño era un italiano que hablaba como gritando y con grandes gestos corporales.
Un día llegó entre preocupado y alarmado: había visto a un hombre muriendo (de frío, de goma, de hambre, de olvido) en la banqueta. Los demás, claro, todos guatemaltecos, le explicaron que era un “charita”, que pasaba todo el tiempo, que era normal.
El no entendía, “llamemos a alguien, ayudémoslo, no puede quedarse ahí”, decía con los ojos desorbitados. Ante su insistencia, llamamos a los bomberos, que nunca llegaron al explicarles el caso. El se conformó con llevarle ropa y comida, rascándose la cabeza y tratando de entender al país que había elegido para vivir.
Una década después, la sala de redacción de Siglo Veintiuno estaba inmersa en una acalorada tarde de trabajo. El ruido de los teclados, teléfonos sonando, gente que va de un lado a otro. La realidad desfilando en nuestros monitores, mientras nosotros la capturábamos, la amasábamos y la empaquetábamos. Nada fuera de lo común.
De pronto, se oyeron gritos que venían de la oficina del director de aquellos tiempos, un costarricense robusto y colérico, periodista viejo y sabio. Había reunido a varios en su oficina para comentar el robo de Q250 millones (ó Q350, no me acuerdo) de las arcas del IGSS que acababa de ocurrir. A sus editores parecía no importarles lo que oían, como si fuera algo cotidiano.
Entonces el director montó en cólera y salió a la gran sala de redacción a gritarnos a todos. A decirnos que era nuestro dinero, el que sudábamos cada día, el dinero de los pensionados que podían ser nuestros abuelos y padres, el dinero que debería darle cuidados y vacunas a nuestros hijos. Sus ojos estaban inyectados de cólera, pero también de una incredulidad inmensa. “¿Qué les pasa a los guatemaltecos?” se preguntaba en medio de un montón de chapines que miraban a otro lado, que actuaban como si no fuera con ellos.
Hoy cientos de campesinos pobres caminaron kilómetros para hacer oír su voz, cansados de promesas incumplidas. Obstruyeron las principales arterias de la ciudad, pero los noticieros se limitaron a reportar el caos del tránsito. La gente miraba desde sus casas por dónde podía pasar sin toparse con los “inditos” que vienen a alborotar una ciudad que no es la suya.
Cada quien que iba llegando a la oficina, solo pensaba en lo que les había costado llegar, en el desorden, en el tiempo perdido. Luego de comentarlo con los demás, siguieron un día normal.
La jefa, una mujer madura de Sudamérica, no entendía por qué no se unían más personas a la protesta, y por qué aguantamos todo callados, miedosos, conformes. Por qué solo pensamos en nosotros mismos. Por qué somos como somos.
Razones para estallar nos sobran. Yo no quiero pagar impuestos si los diputados se los roban, si no puedo salir a mis queridas calles sin ser asaltada, si no puedo llevar a mi hijo a un hospital donde lo traten como se lo merece, si las escuelas donde podría llevarlo a estudiar se están cayendo de viejas.
Pero, soy guatemalteca y estoy aquí sentada escribiendo en mi blog mientras los campesinos protestan solos bajo la lluvia.
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7 comentarios:
Guatemala es un país con una gran capacidad de disenso, señalaba una española cuando estaba el lío de la ley de adopciones. La represión, el asesinato sitemático de los pensantes y la descarada forma en que se estimula la mediocridad y la estupidez en escuelas y universidades por fin rindieron fruto: un país de semovientes, castrado, sin identidad, que cultiva con gusto el egoísmo, la indiferencia y la cobardía.
Hay un viejo refrán que rezaba mi abuela: "Cada quien siente su dolor y "Dios" el de todos. ¿Qué dios?. Hay miedo. El guatemalteco prefiere protestar en el anonimato, tiene siempre miedo. Valientes los hombres y mujeres que salen a la luz.
Se puede cambiar esto? Es la pregunta medular del asunto. Digo, no la situación del país, si no la actitud de cada uno. No lo sé. El hombre es él y sus circunstancias. Soy producto de ellas. A mí me valió madre la protesta, suficientes problemas tengo para preocuparme por los de otros. Tampoco tengo remordimientos porque no hago nada, bueno, trabajo y lo hago bien, de algo tendrá que valer. He estado leyendo muchos deterministas últimamente y eso cala. Y deprime. Las partículas elementales, te lo recomiendo.
De Michele Houellebecq.
León: llegar a esta catatonia nos tomó tiempo, salir nos llevará más.
Sergio: También los admiro, me gustaría salir, como antes lo hacía, a levantar el puño.
Juapa: no cambias, te entiendo. Te fuiste de una vez del otro extremo. Está bien. Pero si te conozco como creo que te conozco, en el fondo eres solidario.
Masaya, toma unas flores para vos en mi blog, se las tenes que enviar a la gente te guste su blog, saludos pues...
creo que el cambio debe ser mucho mas radical
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