martes, 3 de marzo de 2015

La tentación de juntar palabras



A veces las cosas que creemos que nos darán la felicidad eterna, simplemente no lo hacen. A muchos les pasa con el matrimonio, sueñan con vestidos blancos y fiestas de ensueño y, bueno, unos años después muchas veces viene la desilusión. Una sensación de “¿esto era todo”.

A me pasó con lo de publicar. De jovencita mi sueño dorado era entrar en una librería y ver un libro mío en los estantes. Pensaba que en ese momento algo en el universo se alinearía y habría un estallido de amor y paz.

Sí fue emocionante, pero no cambió mi vida.

Publicar es un acto ajeno a la literatura, está más ligado al marketing, a lo material. Como dijo Cortázar, al terminar de escribir hay que guardar la pluma e irse a beber vino con los amigos. Que otros se encarguen de lo que sigue. Para muchos escritores las presentaciones y lecturas son un mal necesario para que se conozcan los libros, aunque es de admitir que hay algunos que las disfrutan. Los admiro, logran una comunicación especial con los lectores y amantes de la literatura.

Yo sufro mucho, quiero que la gente me lea, no que me oiga tartamudear y olvidar lo que tengo que decir.

Algo que sí me gusta mucho, aunque es posterior al acto de escribir, es cuando la gente expresa lo que siente al leerte. Aunque sean críticas, es interesante que alguien entre a tu mundo y trate de recibir el mensaje que mandas, aunque a veces esté cifrado. Cuando alguien analiza y critica con fundamentos, uno puede mejorar.

Pero cuando son elogios, por curioso que parezca, es más complicado aceptarlos. Es como cuando alguien te echa piropos, no sabes si son sinceros para empezar, y luego no sabes cómo reaccionar para no parecer presumida sino más bien agradecida. Es un sentimiento complejo.

A veces la gente quiere saber por qué escribiste tal cosa, y no saben que uno a veces también quiere saber lo mismo. Preguntan cada cosa, unos estudiantes universitarios me preguntaron “¿para qué grupo objetivo escribe?”. Se pueden imaginar mi respuesta.

Además de periodistas, me han entrevistado gente de toda edad por tareas de la U o del colegio, u otros solamente quieren saber qué onda conmigo. Algunas personas con las que me topo me dicen: no te conozco a ti pero sí lo que escribes. Se siente bien.

Una vez cuando iba rumbo a la universidad en un metrobus repleto de estudiantes que iban tarde a clases y exámenes, muchos todavía preparándose a última hora, me tocó ir de pie junto a una chica que leía mi Diosas Decadentes. Fui todo el camino viendo la cara que ponía, tenía miedo de algún gesto de espanto, o alguna mueca de desprecio.

Pero no. Iba leyendo absorta, quizá tenía una comprobación de lectura esa misma tarde. Sus ojos volaban de una línea a otra. En algún momento sonrió divertida y vio a su alrededor, algo pícara. No se imaginaba que quien escribió aquello iba allí delante de ella.

No obstante, luego de tantos años, todavía me cuesta trabajo asumirme como escritora, siempre fue así. A pesar de que escribo todos los días, y si no lo hago me siento vacía. Mi marido se enoja cuando me presento como “periodista”, generalmente me corrige y le dice a la gente: “no, ella es escritora”. Yo me sonrojo pero él se siente orgulloso de mi. 

Mi problema, como decía el Bolo Flores, es que tengo demasiado idealizada a la literatura. No me importa tanto publicar y figurar y ser llamada artista, como escribir ese libro que yo quisiera leer. Esa es una tarea titánica. No es cuestión de sentarse a escribir y ya.

Como dijo Sabato, mi adorado Sabato, el principal problema del escritor tal vez sea evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Según él, Claudel dijo que no fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés.

Para mientras hay que llenar el “pozo” de experiencias, de lecturas, de sensaciones, de música, de lágrimas, de orgasmos. Hay que salir a darse contra el piso, a oler flores, a bailar dando brincos, a dar besos en la madrugada, a llorar como un niño. Yo procuro siempre hacerlo, luego de esas largas jornadas vuelvo con tanto que decir, con todo atorado en la mente y en los dedos, lo voy dejando salir poquito a poquito, gota a gota…

Para mí, así es como ocurre la magia. Luego viene un largo trabajo de edición, de “orfebrería”, y más edición.

Eso es la literatura, lo demás, es ajeno pero no deja de ser placentero también. El domingo pasado llegamos corriendo al cine porque la función ya iba a empezar. Cuando le entregué mi tarjeta a la chica de la caja vio mi nombre y levantó la vista. Oh no, pensé, hay algún problema con mi compra en línea.

Ella me dijo: “¿usted es la escritora?”. Detuve mi tren y mi estrés y sonreí, un día antes me había pasado lo mismo en una fiesta. A veces me siento olvidada por la gente, lo cual probablemente es mejor, pero cuando esto pasa te das cuenta que tal vez, solo tal vez, ya es hora de publicar otra vez.
 

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