
La Huelga de Dolores es muy compleja, y vieja, para querer entenderla así nomás. Muchos que me conocen saben que para mí era como la Navidad: una dicha nunca antes conocida me invadía y me llenaba de energía. Este espacio no alcanzaría para explicar este fenómeno, lo haré en otra ocasión.
Me despedí de mis años huelgueros en el 2000, luego de 10 maravillosas y terribles desfiles bufos, donde literalmente me pasó de todo. Empecé como chavita nueva encandilada por los discursos incendiarios de galantes encapuchados, y poco a poco fui avancé y ocupé casi todos los cargos posibles.
Es correcto decir que muchos agarran la Huelga de Dolores como una parranda interminable, que muchos van a la U solo a eso, que algunos ni son universitarios, que algunos roban. Pero también es correcto decir que es innegable la único de su esencia.
Nació de manera espontánea y valiente, sin intereses de ningún tipo. Aun en esos años de inocencia, allí mismo, en sus albores, hubo mártires. Conforme avanzaba nuestra historia política, así también fue creciendo la huelga, nunca lejos de la AEU y sus luchas. Su desarrollo ha dado lugar a leyendas urbanas y bellas obras (la novela Viernes de Dolores de Miguel Angel Asturias, así como su adaptación al teatro de Hugo Carillo son excelentes ejemplos). La Chalana, canción que es parte de nuestra identidad guatemalteca, ha inflamado los corazones de miles de universitarios.
Pero la Huelga de Dolores no ha sido un fenómeno aislado, sino más bien inmerso dentro de un movimiento social. Muchos huelgueros se quitaban la capucha y, además de regresar a clases, estaban atentos al resto de actividades y convocatorias que buscaban darle voz a quienes no la tienen, dispuestos a apoyar las causas justas.
Cuando inició el conflicto armado interno, la huelga se hizo partícipe y hasta trinchera de las más atrevidas ideas. Para nadie es un secreto que las cuatro facciones de la URNG estaban representadas en el Movimiento Estudiantil Universitario, lo cual le aportaba cierta disciplina y “líneas” ideológicas bien específicas, incluso a la huelga.
Con la firma de la paz muchas cosas cambiaron. Antes de 1996, aprovecharse de la huelga no era la regla (aunque algunos se iban de viaje al día siguiente o compraban carros). Muchos éramos los que dábamos dinero de nuestros bolsillos para hacer carrozas y comparsas, y nos conformábamos con un shuco y un agua al tiempo como abasto luego de largas horas de trabajo.
Con la pos guerra, la disciplina y la organización se fueron evaporando. El trabajo de “reclutamiento” ya no se hacía, mucho menos de adoctrinamiento. Poco a poco, los miembros de los honorables sub comités de cada facultad fueron disminuyendo, al crecer la apatía. No había quién hiciera las talachas ni otros trabajos duros (como apoyar en el orden actividades grandes), sobre todo en las facultades pequeñas, como la mía. No sabíamos qué hacer. Primero, empezamos importando huelgueros de unidades académicas amigas que tenían disidentes que no estaban de acuerdo con sus dirigentes. Pero luego, llegaron los talacheros a sueldo. Algunos eran o habían sido estudiantes esporádicos de la USAC, pero otros simplemente eran jóvenes con demasiado tiempo libre pero sin ninguna intención de estudiar. Ellos lo agarraron como un trabajo, llegaban a las 8 de la mañana, recibían su bote y su capucha y se iban a recolectar dinero. Sin educación y sin los ideales huelgueros, se miraban sucios y desaliñados y se armaban con palos, cadenas, bates y hasta piedras. Regresaban a las 5 de la tarde con el bote lleno (al que ya le habían quitado una buena parte) a recibir su “paga”, una cantidad fija que oscilaba entre Q50 y Q100 (supongo que luego subió). Quienes no salíamos del asombro ante su efectividad y productividad, no sabíamos que habían amenazado y amedrentado a cuanto ciudadano se les ponía enfrente. Y así, la talacha se volvió el corazón de la huelga por varios años, el dinero fácil encandiló a más de uno.
Dicen que ya se erradicó la talacha, pero lo mismo dijeron en el 1998 de la capucha y todavía hay quienes no se la quitan. El machismo ha sido otro quiste (esperamos que no canceroso) que ha sido difícil de ir erradicando, pero gracias a la creciente participación de la mujer ha menguado un poco.
Si bien tiene mucho de espectáculo, la Huelga de Dolores no se centra solamente en él. He allí su originalidad, la denuncia y la alegría juntas, la energía de la juventud abrazando las penurias y melancolías de todo un pueblo. Más que ser visto como un atractivo turístico, debería considerarse un espejo en donde vernos como somos, con fealdades y virtudes, para rectificar el rumbo. Quienes quieran ir a verla sin oír palabras soeces, sin ser rociados con agua o guaro o a saber qué, sin que los pongan a cargar una cruz o una procesión, sin que les pinten los cachetes, mejor que no vayan. Patrimonio Cultural Intangible, sí, pero sin perder la esencia.
Definitivamente, hay muchas taras y problemas dentro de esta actividad. Por eso, no estoy segura que con las bases y dirigentes actuales puede rescatarse sus principios.
Nadie debería prolongar más de lo necesario y natural sus años huelgueros. Son parte de las actividades extra curriculares que nos enseñan cosas invaluables, pero que son parte de una etapa en la vida. Cada año me da cierto malestar ver que muchos de los que participaban en mi tiempo (y como yo tienen más de 35 años) todavía andan metidos en la huelga. Ese creo que es uno de sus errores hoy día. Esta actividad debería ser de los estudiantes que van entrando con sus propias ideas y forma de ver el mundo. Ellos deberían hacer de ella su propia voz, sin importar lo que otros han hecho 112 años atrás. Claro, con el soporte del Movimiento Estudiantil Universitario (si todavía existe) y con la ayuda de sus dirigentes.
En cambio, los mismos siguen haciendo las mismas cosas, como un guión que se repite y se repite. Los nuevos alumnos al ver a estos “rucos” (para un joven de 18 o 19 años alguien de 37 o 39 años ya está viejo) en su mismo rollo, mejor optan por la indiferencia. Para los jóvenes de la pos guerra el mundo es otro, globalizado, conectado, suena diferente, se ve diferente, sus códigos son otros.
Ambas generaciones, nuevos y “experimentados” deberían interactuar y apoyarse mutuamente. Los jóvenes aprendiendo y valorando la historia reciente de su país, y los viejos aceptando que el mundo cambió y que será mejor que ellos también cambien. Les vendría bien graduarse, buscar un trabajo que les permite ayudar al país en la práctica y aplicar todo ese palabrerío que aprendieron.
Pero esto se vuelve difícil cuando ante la indiferencia y desprestigio de la política, los jóvenes brillantes y honestos mejor se dedican a sus propias actividades, dejando que otros no tan brillantes ni tan honestos tomen las dirigencias por años y años.
No me extraña que la Huelga de Todos los Dolores haya sido declarada Patrimonio Nacional Intangible por este gobierno, pues algunos de sus hijos están en él (empezando por el vicepresidente y terminando con el flamante ministro de gobernación). Este ¿honor? trae sus bemoles, pues ahora existe la responsabilidad de subir el nivel, pero también da pie a que se sigan metiendo personas ajenas a las aulas en la organización y dirigencia de la huelga (además del Honorable Comité que convoca la AEU, hay otros paralelos que aglomeran a disidentes y gente de antaño).
Muchas muchas veces dije, y lo sostengo, que cuando algo que solía tener esplendor cae en la decadencia, es mejor que desaparezca. Dije también que mejor se hubiera llegado a los 100 años y ya. A pesar de amar tanto a la Chabela, prefiero permanecer ajena, lejos, viviendo mi realidad actual.
Pero recuerdo con cariño a la huelga y la llevo en el corazón. Le agradezco no solamente las parrandas, los amoríos y las emociones fuertes, sino también haberme dado la oportunidad de aprender. Gracias a ella levanté por primera vez el puño izquierdo en contra de todo lo que no me gustaba de este mundo. Siendo una joven de 19 años que había estudiado en un colegio católico y reprimida por ser mujer, eso fue un alivio. Conocí lo mejor y lo peor de la dirigencia, aprendí a luchar por tener una voz y un espacio, a dejar de ser tímida y participar activamente. La huelga fue para mí, como para muchos, además la puerta de entrada al Movimiento Estudiantil Universitario.
Pero lo que más me gustó, fue el contacto que se tiene con el verdadero pueblo de a pie. Ese que se detiene en sus afanosas actividades y aplaude la osadía y el mensaje de la huelga, que se preocupaba de dar agua, jugos, comida, de lo poco que tiene, a quienes dicen lo que ellos no pueden. Luego de ver eso, me quedaron muchas ganas de cambiar el mundo, de conocer la realidad.
Cada año, el Viernes de Dolores es un recordatorio de aquellos votos. Mi alma (rojilla) quedó tatuada, marcada para siempre.
Aquí está tu son Chabela!!!