Hoy es uno de esos días en los que necesito hablar con alguien sobre las grandes angustias existenciales. En cambio, estoy sentada en mi escritorio haciendo como si hago.
El iPod me aísla, así que lo prendí, le puse volumen y DJ Aleatorio me recetó una excelente canción: Just breath. Me remontó a una granja en San Lucas, creo, a una conversación de toda la noche (en la que nos reímos por horas de un jamón, Chimex para más señas), una fría madrugada en la grama y un espectacular amanecer circunvalando del Lago de Amatitlán.
¿Alguna vez se han ido a la cama las 8 de la mañana? Sin quitarse la ropa, sin lavarse los dientes, apenas aflojando los zapatos y todo lo que apriete… Una necesidad imperiosa de cerrar los ojos, que a esas alturas ya pican como si tuvieran chile.
A lo lejos se oyen los ruidos del día que avanza, conversaciones, prisas, gente que durmió toda la noche. Pero no importa, vas durmiéndote con una sonrisa en los labios, mientras un fríito se va apoderando de ti. Jalas una sábana o algo y sigues sonriendo. No importa la claridad que entra por la ventana, no importa que no fuiste a trabajar, no importa que gastaste hasta tu último centavo, no importa que ese teléfono siga sonando sin parar.
El resto del día transcurre enrarecido. El calor del medio día te hace levantar, pero sigues con sueño. Tomas una sopa de vaso, te quemas la lengua, unos cuantos vasos de agua y sigues durmiendo. Pierdes la noción del tiempo, cae la tarde, la gente regresa a sus casas, oyes sus carros entrar a los garajes, a sus chuchos ladrarles la bienvenida, se oyen las puertas y cerrojos de los negocios aledaños que cierran, entonces empiezas moverte mejor, tuviste goma y ni cuenta te diste. Se te apetece comer de verdad, abres la refri pero no hay nada que se pueda comer ya.
Bañarse de noche tiene su encanto, se hace sin prisas. Hueles tu champú, que es de fresa salvaje o algo así. Te secas el pelo con esmero, te da tiempo de elegir con cuidado lo que te pondrás. Ya repuesto, con una apariencia casi normal, suena el celular con la llamada esperada. Te invitan a una fiesta, esta vez en el medio de la nada, allá por Santa Catarina Pinula. Dudas unos segundos, mientras palpas la billetera, entonces te aclaran que no hay que llevar nada, habrá de todo, hasta jamón Chimex, ríes de buena gana y cuelgas.
Todo vuelve a empezar.
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2 comentarios:
xela, pana, san pedro, hasta el rave del castillo.... que recuerdos!!!
Entiendo... que rico.
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