Crecí en un barrio donde nadie tenía empleadas domésticas. Luego, como resultado de mi militancia de izquierda y de la lectura de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, señalé de esclavitud el hecho de tener “sirvienta”.
Ah, pero la vida nos depara insospechadas cosas.
Ingenuamente, la mayoría de modernas mujeres creen que tener un hijo es cosa fácil. Que la vida no cambiará, que podrán seguir siendo las mismas. Ja, ja, ja y más ja.
Como no podía ni quería dejar de trabajar, tenía que decidir qué haría con la criatura durante el día. La guardería era una opción. La otra, tener una niñera en casa.
Me decidí por la segunda porque el pequeño Manuel tenía apenas 3 meses de edad y me daba miedo dejarlo en otro lugar. Además, yo vivía a escasos pasos de mi trabajo, hasta podía ver mi casa por la ventana, y si lo necesitaba, podría ir a ver a mi bebé. Así es que contraté a Margarita (curiosamente recomendada por Margarita Carrera, a quien entrevisté con una panza de 8 meses de embarazo) para que llegara de 8 a 5.
Debo confesar que fue una situación incómoda, no sabía cómo actuar, no sabía cuál era el protocolo o las reglas. De familia indígena que emigró hace muchos años a la capital, Margarita era una mujer con metas, estudiaba los fines de semana. Con una mano mecía la cuna, y con la otra sostenía un libro todo el tiempo. Hacía los deberes mientras Manuel hacía la siesta y salía corriendo el sábado a medio día al instituto.
La verdad a mí me angustiaba pensar que ella pudiera vivir con un sueldo tan bajo. Con su disciplina e inteligencia, pensaba que estaba desperdiciándose en ese trabajo, hasta me sentía culpable.
Margarita cuidaba a Manuel como a un principito, pero hacía los otros quehaceres de mala gana y nunca me ofrecía ni un vaso de agua. Supongo que ella también se sentía mortificada. Yo debía llegar a las 5 en punto o ella se enojaba, y debía suplicarle que se quedara hasta más tarde cuando me mandaban a cubrir algún evento por la noche, que era muy frecuente.
Lejos estaba de ser una patrona abusiva y explotadora. Debido a mi inexperiencia, ella dominaba la situación. Esto llegó a agobiarme.
Por eso, luego de casi un año decidí despedirla. Me aconsejaron que llegara a las 5 de la tarde y que le dijera que al día siguiente ya no llegara. Ya había conseguido a otra muchacha que viviría con nosotros. Llegado el momento, la que lloró fui yo y me dio la impresión que ella sintió como alivio. Le agradecí de todo corazón la forma tan dedicada que cuidó a mi hijito, y le di un sincero abrazo. Ella muy digna también me agradeció y se fue. Espero que pronto se gradúe de perito en algo y consiga un trabajo más acorde con su inteligencia.
La nueva chica, y las cuatro siguientes, no eran como ella. Por ejemplo Elsa era una jovencita de 19 años que nunca había trabajado. Apenas hablaba español, no sabía escribir y medio leía, además no conocía el estilo de vida “capitalino” (no sabía qué era un panqueque ni cómo se preparaba por ejemplo). Tenía un montón de hermanos en su pueblo, remota aldea a la cual se llegaba a pie, a quienes debía ayudar a mantener.
Elsa, por lo tanto, estaba agradecida de que se le diera la oportunidad de tener un sueldo, una oportunidad, una vida productiva. Estudiar era una cosa ajena a su mundo. En su condición, le era casi imposible conseguir otro tipo de empleo.
Sus metas, su cosmovisión, su estilo de vida, eran totalmente diferentes al nuestro. No aspiraba a más que salir el domingo al parque central, comer pollo campero cada quincena y visitar a sus papás cada mes. Aunque no lo crean, la chica era feliz así. Y yo, también. Me empecé a acostumbrar a que me atendieran, a que las cosas estén limpias y ordenadas como por arte de magia, a que alguien haga el trabajo “sucio” (literalmente, como cambiar pañales y lavar baños), mientras yo me dedico a cosas más agradables.
Luego de Elsa llegó otra que también se llamaba Elsa, quien no era indígena. Había tenido una vida muy dura, era una mujer apagada y triste que venía de un asentamiento. No duró ni un mes, me robó unas joyas y la puse de patitas en la calle. No me costó para nada despedirla.
Luego llegó la alegre Edna. Coqueta como ella sola, no era indígena sino más bien una morena de la costa de 21 años. Al ser madre soltera, trabajaba con la ilusión de mandarle dinero a su nena. Me contaba que en su pueblo, otro al que se llegaba luego de caminar por horas, no hay empleos. Trabajar aquí era como un sueño hecho realidad. Toda su felicidad era tener varios enamorados a la vez, hablar por celular y ver la novela por las noches. A pesar de los consejos, estudiar no le llamaba la atención para nada.
Luego llegó Ana, una pesadilla. Ella, tres hermanas más y un hermano (guardia de seguridad) trabajan en la capital para seguir manteniendo a los hermanos más pequeños que siguen viniendo al mundo. Los padres, cuales tiranos, se dedican a recolectar el dinero que estos jóvenes ganan con tanto esfuerzo. Quizá por eso Ana trabajaba sin ganas, odiando cada minuto, odiándonos a nosotros. Luego de 45 días y muchos conflictos, un día decidió ya no regresar a trabajar.
Desde ayer tengo a una nueva, la jovencita Ana María. Cansada de estar cambiando, estoy considerando otras opciones. Sin embargo, casi tres años después, no concibo la vida sin ayuda doméstica. Luego de tener un destartalado apartamento de soltera ahora vivo en una casa “formal”, donde hay miles de cosas que hacer. He llegado al punto en que las horas que no tengo empleada, de 8 a 6 los domingos, me siento desesperada.
Tremendo cambio para una niña pobre de la zona 5.
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9 comentarios:
Por producto de tus necesidades estas generando una fuente de trabajo para otra persona, y bueno al final que es un trabajo?, ya sea "sucio" o en mejores condiciones.... una esclavitud. Nos esclavisamos a lo que podemos obtener como fruto de el.
Por otro lado, por las historias que contas de las "patojas", trata la manera siempre de que se lleven otras cosas de vos; como principios y valores. No tus joyas.
Saludos.
Por producto de tus necesidades estas generando una fuente de trabajo para otra persona, y bueno al final que es un trabajo?, ya sea "sucio" o en mejores condiciones.... una esclavitud. Nos esclavisamos a lo que podemos obtener como fruto de el.
Por otro lado, por las historias que contas de las "patojas", trata la manera siempre de que se lleven otras cosas de vos; como principios y valores. No tus joyas.
Saludos.
¡Hola! Es un dilema tratar de ser buen jefe, yo he pasado casi por las mismas situaciones y a por tratar de no ser explotador, casi me han visto la cara y terminan ordenándome. Pero tuve la experiencia de tener a una señora que no sabia nada de español, por lo que su hija de 11 años era su traductora, y fue toda una experiencia, esa pequeña me motivo más de lo que un motivador pudiera hacerlo. Debo decirle que es aun más difícil conseguir domestica si se es padre soltero; pero hay un dicho trillado pero que viene al caso: “Es un trabajo sucio, pero alguien lo tiene que hacer” aunque creo que no es tan sucio después de todo.
Un chapinismo saludo.
hola Jessica, te confieso que te envidio. yo no he podido contratar a alguien "fijo" en parte debido a que, alguna vez, trabajé de sirvienta en una casa enorme de Beverly Hills. supongo que no puedo reproducir esas condiciones para otra persona: dormitorio privado con baño y televisor, buen sueldo, sin cocinar y con una empleadora que compraba papayas y aguacates (que han de ser carísimos) para tenernos "contentas". además,a partir de las 5 no trabajábamos, los platos los dejaban en el lavavajillas y los guardábamos por la mañana, una casa enorme. allí aprendí a hacer limpieza "a conciencia" y no he conseguido que nadie haga las cosas como yo las hago, especialmente los baños. al no poder pagar bien, decidimos contratar ayuda 3 veces por semana sólo para limpieza y orden. nosotros con mi pareja lavamos, planchamos, cocinamos y corremos por el hijo,he dejado pasar oportunidades laborales para evitar horarios cargados y varias veces he dejado de trabajar, especialmente cuando mi hijo estaba pequeño. no logro asimilar a mi vida a otra persona en situación laboral y eso me genera cansancio y ansiedad y por supuesto casi no salimos de noche.
Nada como el matrimonio para cuadrar a la gente, decía un viejo profe de secundaria. Entre eso y graduarse de la U, el sistema se garantiza, continuaba, que nos tragará vivos.
Hola tú. Yo pensé, por el título del post, que ibas a hablar de tu trabajo. En realidad los trabajos a veces parecieran escavitud... ya ni me imagino un empleo bien pagado y que te de bastante tiempo libre.
Saludos.
Definitivamente el trabajo es una bendición para algunos y una torrtura para otros... creo que es la suma de las circustancias, pero he de decirte que también pensaba igual que tú, y sin querer uno tiene que ser algo Ying-Yang. Saludos cordiales.
si, la neoesclavitud..te invito a mi Blog!
Jessica...grandes historias. En lo personal te digo que yo crecí con una señora llamada Fernanda, me cuidó 7 años. Es una mujer extraordinaria, sin quitar el mérito de mis padres. Después de ella fue una pesadilla, llegaron unas patojas muy jóvenes, otras P#$#¡, en fin...pero lo peor fue una neurótica que hasta me llegó a amenazar con un cuchillo y por su culpa por poquito me violan. Isabel se llamaba. Pienso que cuando tenga hijos esa será una parte bien complicada. No sé que haré. Por un lado deseo trabajar y sé la ayuda de alguien es necesaria y por otro me da miedo dejar a los pequeños con cualquiera. Creo que como hija el único consejo que te puedo dar es que juegues muchísimo con Manuelito y te ganas su confianza por completo, para que él te cuente toooooodo lo que sucede, sin importar si esta en casa o en el cole. Un abrazo y suerte con esta última chica,
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