Dije adiós a la Usac con lágrimas en los ojos. Una década de estudiante, trabajadora y residente (vivía en la vecindad, miraba mi oficina por la ventana) era suficiente. No quería ser una treintona gritando las mismas consignas. Que vengan nuevas generaciones, pensé. Agarré mis bártulos y salí al mundo real.
No me arrepiento. La etapa universitaria debe ser eso nada más, un momento en la vida. Hay que saberlo dejar y seguir adelante, para que permanezca hermoso en la memoria.
Las frías mañanas en Las Ardillitas, los bautizos, los boletinazos, los shucos de los chatos, las tardes en la biblioteca o bajo un árbol, los conciertos, las declaratorias, los alegres bares de los alrededores, las protestas y quema de llantas, en fin, todo quedó congelado como un hermoso retrato.
Exactamente cuatro años después, el viernes pasado, me mandaron a trabajar a la Usac por la noche. Para empezar, no sabía por dónde entrar ni dónde parquear. Los chatos ahora son unos empresarios que ni saludan. Literalmente no conocía a nadie.
La universidad es de quienes la viven a diario. Ahora la sentí ajena, arisca. Mi amada plaza de los mártires no era la misma de cuando bailaba encapuchada. Nunca pensé sentirme así, fuera de onda, nada cool. Mayor.
Estar en contacto con nuestra cruda realidad me ha hecho un ser desconfiado. Los rockeros que ahí danzaban alrededor de su gordito de ron me pusieron nerviosa. Cómo cambian los tiempos, antes del asesinato de Evelyn Isidro a inicios del año no se pensaba en ellos como personas peligrosas.
Cómo quise ser como antes y dejarme llevar por la música sin preocupaciones.
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1 comentario:
creo que es algo irremediable. Todavia tengo esa pertenecia a San Carlos, y pareciera que sera simpre mía. Pero las cosas cambiaran soplaran otros tiempos y nosotros no estaremos en ellos.
Me has puesto melancolico.
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