sábado, 25 de enero de 2014

Rock of love: el que se enoja pierde su pase al backstage


 
La vida que gira en torno a los “rockstars”, consumados o aspirantes, suele ser irresistible para la mayoría de personas. Son niños terribles, aunque algunos ya tengan medio siglo de edad, que rigen un mundo donde todos sonríen y se aman y se odian y se abrazan y se apuñalan y bailan y brindan con la complicidad de la noche, entre luces que encandilan y música a todo volumen.

Hallar y mantener una relación amorosa estable en esas circunstancias es difícil.

Los backstages suelen ser una serie de puertas que se abren para algunos y se cierran en las narices de la mayoría. Parecen túneles mágicos donde están héroes y antihéroes legendarios. Hay anillos de seguridad, en los primeros suelen estar los roadies y el staff, que también viven su momento de gloria, pero conforme se va avanzando las restricciones va subiendo el tono de la emoción.

Algunas puertas resguardan no solamente a artistas que intentan descansar y tener un momento tranquilo. Ocultan historias paralelas mucho más oscuras, ilegales, aberrantes y enfermas.

Empezar a recorrer esos recovecos es divertido y ciertamente emocionante, ni qué negarlo. El problema es que uno se encariña con las personas, por lo menos yo. Se vuelven como alegres cómplices. Por eso cuando uno de ellos, generalmente una mujer, sale “expulsado” de esta corte, me entristezco. Luego de tan especiales momentos, me cuesta trabajo iniciar nuevos con otra, con la “siguiente”.

Me sorprende que a los demás parece no molestarles, llevan más tiempo en esto y supongo que habrán visto desfilar infinidad de novias, esposas, amantes, aventuras, flings, one night stands, stalkers.

Y es que para la mayoría de las que se van y ya no pueden acceder a este mundillo es un destierro muy triste. Luego de que han dado tanto de ellas, se les cierran los accesos porque ya hay otra a quien no deben molestar. Vuelven a estar del otro lado de la barrera y del escenario, donde deben comprar sus entradas y sus bebidas, donde son registradas para entrar y deben usar asquerosos baños portátiles. Por eso muchas mejor se alejan, y ya no se les vuelve a ver.

 Y todo sigue como si nada, esa maquinaria de hacer música y encender a la gente no se detiene. Yo me quedo pensando, ¿cómo se sustituye a alguien tan fácil? Las recién llegadas sienten que han alcanzado el nirvana e incluso llegan con aires de princesas, yo pienso en su fecha de caducidad. Me palpo a mi misma buscando alguna señal de que mi hora también va llegando.

Claro, hay unas que llevan más de 20 años con su rockstar. Algo que he visto es que casi no asisten a los conciertos y menos a los backstages, pero cuando lo hacen, son tratadas con el grado máximo de respeto. Es como si las demás bajaran la cabeza, mientras ellas parecen flotar entre todos. Sus vidas no son fáciles, para nada. Me da la impresión que la mayoría prefiere mirar hacia otro lado y tener una vida tranquila.

A las que tenemos menos tiempo, o no somos las parejas “originales”, no nos respetan tanto. Cualquiera llega y te avienta por allá mientras trata de acercarse lo más que pueda al objeto de su admiración. Luego de un concierto hay adrenalina y sentimientos a flor de piel, la música parece encender algo en las personas que las hace desear estar lo más cerca posible de la fuente de tantas emociones (yo misma hice eso, me enamoré de un hombre y su guitarra, fui en su búsqueda de manera implacable, sé cómo funciona).

No hay reglas ni horarios en la mayoría de after partys de backstage. Nunca faltan los que nunca quieren decir adiós ni irse a dormir, hasta que el cuerpo literalmente se desvanece.

Y el domingo y su claridad, que suele empezar a medio día, encuentra a todos con resaca y cansancio, algunos junto a sus parejas oficiales y a otros junto a una ocasional o secreta. Algunos soñando con volver a ese mágico mundo nocturno, otros esperando que pertenecer a él no los mate, literalmente.

¿Yo? Amanecí en mi vida normal, que tiene que ver más bien con deadlines y libros a medias, mientras los chats y las redes no cesan de hablar de todo lo que pasó anoche. Así van regresando flash backs (algunos no muy agradables), pero sonrío y me arreglo para ir al parque.
(escrito hace meses, en honor a ciertas mujeres maravillosas a quienes extraño)

martes, 21 de enero de 2014

El nacimiento de una bitch

Hace muchos años, en algún lugar escuchaste que para que una mujer logre triunfar y conseguir lo que quiere, debe ser una bitch, en el sentido de ser despiadada y aparentemente mala, una bruja. Te aterrorizaste, pensaste dulcemente: jamás seré así.

A lo largo de tu camino en la vida, has visto efectivamente que muchas mujeres con poder podrían ser la malvada de cualquier cuento, muchas de ellas solteras o divorciadas, son temidas hasta por sus más allegados. Los esposos o novios son compañeros de buenos momentos, pero no el centro de sus vidas, y totalmente prescindibles.

Siendo como eres, con ideas diferentes y bastante original, la vida de mujer de en un país machista ha sido difícil para ti. De niña, perteneciste a la clase (inferior) que constituían las mujeres de “su casa”. Como esos esclavos rebeldes que salen en las películas, hacías tus quehaceres mascullando consignas y te ibas a dormir para soñar que valías lo mismo que un hombre.

Ya que te lanzaron a ganarte la vida a los 18 años, también tuviste la oportunidad de aspirar a intentar cambiar lo que no te gustaba del mundo. Pero acercarte a los “revolucionarios” de la universidad fue complicado. Todas las mujeres jóvenes eran consideradas adornos, y cuando pasaba la emoción eran las encargadas de conseguir y servir los abastos. (Tu primera tarea en a la Huelga de Dolores fue llevar frijoles volteados).

Pero tú no querías quedarte allí, esperando a que alguno de esos muchachos fuera tu novio y luego tu esposo. Decidiste que te ganarías un espacio. Además de estudiar con ganas y hacer un compromiso, aprendiste a hablar más alto, a putear, a contestar sarcasmo con sarcasmo y hasta violencia con violencia para poder sobrevivir en actividades reservadas para los hombres. Tuviste amargas experiencias de abusos y humillaciones, pero saliste de allí con tu rebeldía ya más madura, más acostumbrada a decir las cosas como las piensas. Claro, siempre con una dulce sonrisa y luciendo las perlas de tu abuela.

Y qué decir los lugares de trabajo, ay dios… Las secretarias como tú eran elegidas por su presentación, no por sus capacidades. Los jefes las trataban como una a hija, como a una esposa o como a una sirvienta, según la suerte de cada quien. Pero con mucho trabajo, y también enfrentamientos, al final de tu carrera como secretaria lograste que te vieran como a una igual.

Como profesional te fue mejor, los tiempos habían cambiado y las nuevas  generaciones ya tenían nuevas ideas. Sin embargo, igual te encontraste cada macho que se creía con la libertad de mandarte a hacer café, a servir la comida, que se sentía atractivo aunque fuera horrible y te coqueteaba, o incluso, al final, te decían cosas como fea, gorda y vieja para minimizarte. Te hacían sentir culpable por querer irte a casa a cuidar a tu hija.

Pero la trampa más sutil fue la del amor, la maternidad y la convivencia. El ejemplo de tus antecesoras y esas charadas sentimentales que se venden en los libros, canciones y telenovelas te quieren lavar el cerebro para que vayas cayendo poco a poco en el lugar que la sociedad te tiene destinado.

Hay dos caminos. Si una mujer compra esas ideas y ése es su única meta en la vida, el día de la madre se lo agradecerán con flores, pero tendrá un trabajo de 24 horas al día no remunerado, considerado inferior. Si se divorcia, será vista como una carga, porque nunca aprendió a hacer otra cosa.

¿Quieres seguir siendo profesional y además tener una familia? Perfecto, pero entonces deberás tener una doble jornada porque las cosas de la casa y de los hijos seguirán siendo tu responsabilidad. Sí, aunque tengas empleadas domésticas, ellas querrán que tu organices todo y  estés pendiente de cada detalle.

Uno cae por amor, por pasión, por instinto maternal, por conveniencia, por presión social, y cuando te das cuenta, trabajas como un hombre (o más), siempre estás cansada y siempre hay algo pendiente. ¿Tus sueños? ¿Tus ideales? ¿tus proyectos? Bah, pueden esperar te dice la sociedad, ¿qué es más importante que tu hogar, tu familia, tu esposo y tus hijos?

Puedes pasar años así, incubando algo que no sabes bien qué es. Entonces, de pronto, bam! La bitch quiere salir porque te enojas, porque no consideras justo todo eso. Añoras estar sola, dedicarte con pasión a lo que te gusta no porque te da dinero para sobrevivir, sino porque es lo que realmente quieres hacer.

Te vuelves una bitch en el trabajo para que te respeten y te paguen bien, que no te exploten para poder hacer otras cosas. Te vuelves una bitch con tus empleadas domésticas porque te juzgan, te reprueban por no ser una mamá y esposa de los 50s, entonces debes decirles que estás más cansada que el “señor” y que te atiendan igual.

Te vuelves una bitch con tu familia, que con una sonrisa y con un gesto amable te empuja para que te vayas convirtiendo en tu mamá y en tu abuela, eligiendo la comida y la ropa de todos, arreglando la casa para cada celebración y temporada, haciendo loncheras y  listas de supermercado. Estallas, rompes el collar de perlas, les dices, como buena bitch, que no tienes tiempo, ni ganas, ni es tu obligación.

Te vuelves una bitch con tu pareja porque estás harta de que quiera que le ayudes en lo económico, pero no hace nada en la casa, que sea el rey y señor que llega a buscar sus pantuflas y su martini. ¿Es que no puede arreglar ese foco descompuesto? ¿es que no puede cocinar alguna receta que encuentre aunque sea en el internet?

La furia se apodera de ti, sientes que eres una más entre millones de mujeres sepultadas por sus roles. No puedes sino gritar, llorar, maldecir, somatar puertas y, de pronto, encuentras a tu dulce hija, que te mira con esos ojos tan inocentes y te pide que les de comer, que le ayudes a bañarse y le pongas su pijama. Luego se va a dormir.

Quedas desolada, un trago parece ayudar solo un poco. La furia parece apaciguarse, te da tanta pena por esa pequeña niña. Llegas a pensar que le tocó la peor madre del mundo, que estaría mejor con alguien más. Esperas que cuando crezca el mundo haya cambiado, pero sabes que estará igual.

Sientes culpa, tu mente da vueltas y vueltas, ¿cuántas personas quisieran tener lo que tienes? ¿por qué de pronto sientes que te asfixia? Pero también piensas en esa larga lista de proyectos que siguen pendientes y cada día parecen más lejanos. Te quedas dormida llorando sin que nadie se dé cuenta. Has iniciado un nuevo año.

lunes, 6 de enero de 2014

Dilema: hacer el ”super” ó visitar un mundo exhuberante

Cuando era niña, las madres del barrio no iban a hacer ”el super” cada semana o quincena. Mi mamá, por ejemplo, iba al mercado todos los días, como “la patita de canasta y con rebozo de bolitas que iba corriendo y buscando en su bolsita centavitos para darles de comer a sus patitos”. Como la protagonista de la canción de Cri Cri, ella era, bueno es, una maga para estirar los billetes y aprovechar hasta el último centavo. En nuestra casa, nada, nadita se desperdiciaba.

Los fines de semana, o cuando yo estaba de vacaciones, la acompañaba y así podía ver cómo hacía su magia. Si eran fechas normales sin nada que celebrar, íbamos a mercados improvisados en calles de la zona 5, en las colonias Arrivillaga ó Santa Ana, incluso a uno que no sé dónde quedaba pero que era conocido como “el tierrero”, donde las ventas estaban colocadas en una calle empinada y sin asfaltar. Cuando soplaba el viento, las señoras se tapaban la boca y los ojos pues se levantaba el polvo, mientras las faldas parecían banderas de todos colores.

En esas ocasiones, eran compras rápidas, ella sabía cómo hacer todo más eficiente, qué comprar primero y qué de último, dónde estaban los mejores productos, con quién podía regatear y con quién no.

Porque, claro, la magia del estiramiento monetario tenía que ver con la forma de pedir que algo que costaba Q1 se lo vendieran en 25 centavos. Los marchantes se reían en su cara, pero mi mamá no se inmutaba, examinaba la mercancía en cuestión (una naranja, un ramo de flores, un corte de carne, un manojo de hierbas, un brócoli, una olla de peltre) como diciendo “esto no vale lo que me pides”. Yo tenía miedo, oh niña miedosa que era, de que nos sacaran a escobazos del lugar. Pero su cara de póker la hacía ganar la partida, al final nos íbamos con muchos productos más baratos.

Pero cuando había una ocasión especial, o había más dinerito, íbamos al mercado de La Palmita. Esa era una expedición mucho más importante. No quedaba cerca de nuestra casa, así que íbamos en bus, lo cual hacía más emocionante el viaje. Además, allí no vendían solamente artículos de primera necesidad, también habían otras cosas muy atractivas como ropa, juguetes, revistas, ¡cosméticos! Incluso muebles, plantas, electrodomésticos. Aquello era una locura para una niña de 7 u 8 años.

En esas ocasiones, mi presencia y a veces la de mi hermano eran útiles. Ayudábamos a cargar lo que mi mamá iba comprando con paciencia, con su misma cara de póker. Por eso al principio la visita era divertida, pero conforme iban avanzando los minutos se volvía literalmente pesada. Como premio a veces, solo a veces, me compraba un juguete, una prenda o incluso un accesorio como una moña para mi cabello o una pulsera.

Muchos de esos juguetes tenían que ver con todo ese mundo de comprar, cocinar, limpiar, cuidar a los niños. Tuve pequeñas balanzas hechas con dos guacalitos, canastitas para hacer el mercado, verduras y frutas de plástico en miniatura, tablitas de picar, coladores y sartenes de hojalata, hasta una pequeña “pila” o lavadero.

En nuestro mundo de las compras cotidianas, un día hubo un cambio radical. La vecinas de mi mamá le llegaron a contar que habían abierto un supermercado, un “Paiz”, no muy lejos de nuestro barrio. Pero no solo eso, estaba dentro de un centro comercial. Todo eso era novedoso, no era muy común ir a centros comerciales todavía. Lo más parecido era ir al “centro”, que completito era un gran mall.

Pero el Novicentro de Jardines era diferente, dentro de un solo edificio habían variados comercios. Entre ellos el susodicho supermercado, una palabra para mi nueva. Si los mercados me parecían fascinantes, me imaginé que estos otros lugares debían ser mucho mejores, como un super héroe de las ventas al detalle.

Como todos, nos fuimos a conocer el nuevo lugar. Nos fuimos a pie, acostumbrados a recorrer nuestra zona 5 caminando. A mis hermanos lo que les fascinó fue la pista de patinaje, creo que se llamaba Novi Roli, o algo así. Parecía una discoteca, lo único que se veían eran las luces de colores.

Mi mamá y yo fuimos a Paiz. Parecía una abarrotería gigante, a mis ojos de niña, era un laberinto sin fin. Tuve pesadillas, creo que todavía las tengo, donde me perdía entre los pasillos de latas y vasos de vidrio por docena. Recuerdo que por motivo de la inauguración, habían concursos que consistían en que ilusionadas amas de casa tenían cierto tiempo, digamos 5 minutos, para meter en su carreta todo lo que pudieran. No sé recuerdo cómo lo decidían, pero la ganadora se llevaba todo eso gratis.

Yo me divertía viendo todo aquella algarabía, pero mi mamá se veía algo desubicada. Creo que no se sentía a gusto, se miraba tímida sin poder desplegar su magia regateadora. Me pareció verle hasta un poco de desilusión al llegar a la caja, donde una amable empleada le cobró exactamente lo que decía en la etiqueta. ¿Qué emoción había en eso?

La verdad, ella nunca dejó de ir al mercado todos los días, sobre todo porque le quedaba a la vuelta de la esquina. Se regocijaba al encontrar quesos realmente frescos y fruta recién cortada, pero sobre todo siempre con la idea de poder sacarle más jugo a su dinero.

Ya mayor, cuando yo regresaba de la USAC a las 9 de la noche y caminaba en medio del mercado de Santa Ana en penumbras, me parecía un circo en reposo. Todo envuelto y cubierto pero listo para volver a representar su show cada día.

Desde las 5 de la mañana, se oía el despertar de aquel alegre campamento. Con sus vendedoras ebrias y mal habladas, sus carniceros enamoradizos, sus loquitos que hablaban solos, las misteriosas vendedoras de hierbas y pócimas, los indiscretos vendedores de ropa interior, los bolitos que cargaban la compra por unos pocos centavos. No faltaba el que llegaba con su megáfono a ofrecer a todo pulmón lo último de la moda o de la medicina natural. “Pasen pasen, no se lo pierdan”.


Epílogo

Desde que tengo una familia y trabajo para alimentarla, una buena parte de mi sueldo se queda en los supermercados. Qué daría yo por ir a los mercados de barrio, pero ¿a qué hora? Y ¿con qué energía? Esas ventas de artículos de primera necesidad que no cierran nunca son un mal necesario.

Como mamá, al principio incluso iba sola con mi hijo de meses, pero en Paiz de Jardines se portaban muy amables (ya no está en Novicentro, pero está cerca), no me dejaban meter sola mi compra en el carro. Pero eso fue cambiando poco a poco, desde que es un Waltmart más en el mundo.

Antes la mayoría de empleados eran maduros y sonrientes, en los pasillos había alguien para ayudarte, la sección de carnicería era muy eficiente y en cada caja había un cajero y un empacador.

Cuando Waltmart llegó, además de las remodelaciones, en Paiz Las Américas se empezaron a ver menos empleados. Luego, las caras fueron otras, más jóvenes y ciertamente menos amigables.

Un día anunciaron que el horario se ampliaba pues el supermercado estaría abierto 15 horas al día todos los días del año, y empezamos a notar apatía y amargura en los empleados, que ya ni siquiera sonríen al atenderte. Se nota la inconformidad, la mala gana, avientan las cosas y pasan trayendo lo que está a su paso. Varias veces me he escapado de ser atropellada por gigantescos carretas llenas de pesadas cajas.

Me hace pensar que estas multinacionales no solo han recortado personal (un experto en recursos humanos me explicó que cuentan con que los compradores sean atendidos por las impulsadoras de los proveedores), sino también le han recortado presupuesto a la formación en servicio al cliente.

Se nota además que han alargado los horarios y las atribuciones, pero no han mejorado los sueldos. Es la única respuesta que encuentro ante tal maltrato que nos dan cada lunes en Paiz Las Américas.