viernes, 27 de abril de 2012

El segundo aire



(En la primera foto tengo 31, en la segunda 40)

Tal vez de veras la vida empieza a los 40, pero la segunda vida. La noche antes de cumplir 39 todo se ve de una manera, te acuestas a dormir pensando “ay, no pasa nada, qué mentira”.

Pero no, nada más te despiertas, te sientes diferente. Para empezar, esta vez no brinqué de la cama emocionada gritando “!Hoy es mi cumple!”, esperando regalos y fiestas y desenfreno.  Esta vez me costó despertar a pesar de la serenata que me daba mi marido y mi hijo. Tener dos trabajos no es fácil y me mantiene permanentemente agotada.

Tengo que reportar esto para advertir a los que vienen atrás, a mi me hubiera gustado que me lo advirtieran. Es como cuando todas en el colegio éramos vírgenes, hicimos un pacto: la primera que dejara de serlo lo contaría con todos los detalles posibles, todito. La pionera en el sexo, que lo hizo unos días antes de cumplir 15 años, no reportó nada porque le dio vergüenza, más que todo porque había sido con un primo.

Tuvimos que esperar a que una chica a los 17 se animara a hacerlo con su novio desde la infancia.  Pues lo que contó de su primera vez fue lo más horrible que había escuchado en mi vida. Su relato, que en lugar de ser romántico o sensual era hasta escatológico (comparaba la penetración con el estreñimiento), me dejó literalmente una cara de “poker”. No lo creía, ¿entonces las telenovelas que miraba mi mamá mentían? Por mucho, esa experiencia ajena ayudó a que esperara bastante antes de intentarlo yo.

La gran mayoría de mis amigos actuales son menores que yo. ¿Por qué? No lo sé, como que los de mi edad o mayores no evolucionaron como yo y se quedaron en la guerra fría, además se casaron y “enseñoraron” muy rápido. Los que venían detrás me parecieron interesantes, más de la generación X como yo, en el  grunge me hicieron sentir en casa, aunque les llevara 4,6 u 8 años de delantera. Además, me hicieron sentir más joven de lo que soy.
A ellos les faltan algunos añitos y están muy lejos de verse viejos. ¿Yo? También, pero me gustaría reportar algunos hallazgos.

Empecemos por lo físico, que es lo de menos. No hay mucha diferencia entre lo que se sentía hace 10 años a lo que siento hoy (mire la foto, quizá cambié de estilo).
Estar en forma nunca ha sido mi fuerte, no hago ejercicios y mi dieta es “diversa”, nada estricto (lo único es que no consumo azúcar por mi glucosa pero de allí todo a lo que le pueda hincar el diente). Sin embargo, tengo buena salud dentro de lo que cabe.

Mi pequeño y blanquecino cuerpo ha dejado de ser heroicamente resistente y la gravedad ha empezado a notarse en lugares donde uno realmente quisiera ser firme. Aunque eso cambió desde que nació Manuel, hace 6 años y medio. Mis pechos siempre habían sido de mi agrado y cuando se llenaron de leche crecieron y me sentí realmente “chichuda”, era increíble cómo llamaban la atención, entendí por qué a algunas les gusta la idea de tenerlos grandes. Pero cuando Manuel cumplió 6 meses, corté la lactancia y, bueno, no solo volvieron a su tamaño normal sino que ya no se miraban igual.

Ya tengo más canas, las empecé a cultivar desde los 28, mi vista se siente cansada pero no tengo que usar los lentes permanentemente. Y aquí llego al cambio más grande que he encontrado: mi cara. No tengo arrugas ni manchas, pero todo se me nota más. Si me enojo, el ceño se me frunce de verdad, si estoy cansada se me nota de inmediato, igual que el desvelo.

De las resacas, ni hablar. Me embriago con menos, cosa que es hasta económica, pero amanezco peor, casi con un pie en la tumba, al punto de ver afectadas mis actividades normales (cuando antes parrandeaba hasta 4 veces por semana y al día siguiente nítida).

Sin embargo, es más allá de lo físico en donde está el verdadero cambio. La gente te percibe diferente y espera que seas más “maduro”, los chavitos creen que no entiendes nada de lo que hablan (y a veces es cierto), y los mayores ya te hablan como quien dice como a un “igual”.

Entonces tú dices: “un momento, hey, ¡soy joven! Me siento igual, me visto igual, oigo heavy metal, tengo vida nocturna y participo en las redes sociales, soy tan irreverente como hace 20 años”. Pero nadie te cree, tanto es así, que empiezas a dudar.

Me considero una adicta a la información (a algo tengo que serlo, tengo esa personalidad), por lo que estar “al día” es lo mío. Sin embargo, unos editores de un periódico que no mencionaré, consideraron que no era lo suficientemente joven para escribir sobre actualidad en la cultura y el espectáculo. Están totalmente equivocados, pero, claro, cómo convencerlos si al solo ver en mi currículo la fecha de mi nacimiento me tacharon de la lista de aspirantes. Si tan solo me hubieran entrevistado.

No me quejo, supongo que la vida me está llevando al lugar que pertenezco: a la literatura. Emprender el camino de regreso ha sido duro, pero me ha ayudado a conocerme mejor y a valorarme.

Tener 40 años me agarró como no lo había planeado, sin dinero, sin fiesta, sin boda, pero a la vez me está brindando la oportunidad de replantear muchas cosas. Estoy empezando a planificar cómo será esta nueva vida, que estoy construyendo a mi medida, no al revés.

Como lo he plasmado en este blog, mis primero 40 años, mi primera vida, ha sido intensa. Espero que este segundo aire lo sea aun más. Soy dueña de mí, me siento a gusto con mi piel.

Queda allanado el camino queridos amigos, como dijo Lester Burnham en American Beauty, “no tienen idea de lo que les hablo seguro, pero no se preocupen, algún día la tendrán”.