miércoles, 13 de octubre de 2010

Se busca bar



Where everybody knows your name,
and they're always glad you came.
You wanna be where you can see,
our troubles are all the same
You wanna be where everybody knows
Your name

El anhelo del tema musical de la vieja serie de televisión Cheers es cierto: ir a un lugar donde todos sepan tu nombre, qué trago prefieres, te escuchen si así lo quieres y te dejen solo si lo necesitas. Las características de este lugar de ensueño no son precisamente las de un lugar de 5 estrellas, o 5 tenedores o 5 tarros. Son detalles, sutilezas.

Las discotecas y antros para bailar quedan descontados de entrada, pues allí simplemente no se puede hablar ni pensar con claridad entre tanta bulla y luces, por no hablar de la dificultad de encontrar una mesa y de los precios. También se descartan los restaurantes, donde beber es no solamente caro sino también aburrido. También quitaría cualquier chupadero de poca monta, por los pleitos, el mal servicio, los baños sucios (o ausencia de ellos) y las sillas incómodas.

Cuando era pequeña, la palabra “bar” la escuchaba con tono de desprecio, como asociándola con personas de mala reputación, pero según el DRAE, en su primera acepción, es un local en que se despachan bebidas que suelen tomarse de pie, ante el mostrador. Y la segunda dice: cierto tipo de cervecerías.

Para mí, es ese lugar donde olvidar la rutina del día, donde hablar de algo importante o simplemente chismear algo novedoso. Incluso puede servir para pensar o leer (cuando se va en horas de la tarde). Puede ser marco de citas amorosas, celebraciones, reencuentros, desengaños o para buscar amigos nuevos. Pueden cerrarse negocios, planearse revoluciones o tramar conspiraciones.

Tener uno al que siempre ir y sentirse a gusto es un raro privilegio. La mayoría andamos de bar en bar buscando gente y actividades, sin ser parroquiano asiduo de uno.

He visto de todo tipo y calaña, desde humildes casetas hasta extraños locales casi secretos. Como he contado antes, mis iniciadores en el mundo nocturno no eran muy melindrosos que digamos, y a falta de fondos iban a saciar su sed a cualquier lugar.
He tenido mis preferidos, a los que les agarrado verdadero amor, aunque yo para ellos haya sido solamente una escandalosa más. Algunos fueron trincheras por años, otros fueron amores fugaces.

En mis años locos salía menos (preferíamos el encierro alrededor de una mesa de juegos), pero había lugares perfectos para algunas escapadas por sus oscuridades. Además, era época de fiestas electrónicas y after parties en casas incluso desconocidas, pero eso es otra historia.

A lo largo de los años algunos amigos intentaron, sin éxito, que me enamorara de otros lugares, pero simplemente no hubo química. He ido a otros con mucha expectación, pero me han desilusionado. Desde los que piden 40% de propina (y tienen meseras en pantalonetas), pasando por los que me parecen deprimentes y sin gracia, hasta los que son simplemente sórdidos y sucios. Hay unos históricos a los que se va como de “excursión”, otros a donde uno termina yendo por compromiso.

Es una cuestión de gustos, supongo. Con el tiempo uno se vuelve más exigente en cuanto a las comodidades (parqueo, seguridad, baños limpios, comida). A esto hay que sumarle los gustos y preferencias de cada quien en cuanto a la música, ambiente y tipo de parroquianos.

Pero lo más importante es la atención de quienes atienden, no pretenden dejarte ni sordo ni pobre. Si llegas muy a menudo, es probable que te llaman por tu nombre y sepan qué es lo que te gusta. No faltan los que te cuidan para que llegues bien a casa, los que te alejan molestos intrusos, los que te obsequian una botella para tu cumpleaños. Incluso, alguna vez y en ocasiones desesperadas, hay quien da crédito.

En cambio, ahora abundan los lugares donde lo único que quieren es tu dinero, los meseros son groseros y presumidos, te avientan las cosas y todavía quieren buenas propinas. No te dan pero ni un par de tortrix de boquitas, te dicen que tu tarjeta no pasó para que pagues en efectivo y si les pides una factura se enojan.

Beber es todo un ritual, como dijo alguna vez el Bolo Flores. Los oficiantes y acólitos merecen un templo digno. ¡Qué viva la bohemia!

La búsqueda sigue…

lunes, 4 de octubre de 2010

El sabor de mis palabras



No tengo ningún problema en comerme mis palabras, lo he hecho antes, saben bien con limón y sal. Estas me las voy a comer con chirmol y chile chiltepe…

Sigo pensando que el pueblo indígena tiene limitaciones en todos los campos, incluido el artístico, debido a factores ancestrales de injusticia y opresión. Por eso admiro tanto a quienes logran destacar en un mundo adverso, a los que dan un paso adelante y combinan su rica cosmovisión con manifestaciones contemporáneas.

Me disculpo con Lisandro Guarcax por lo que dije alguna vez sobre su grupo. Pequé de ignorante, de pinche rata de ciudad, de celosa. Y no me disculpo a causa de su muerte, sino más bien porque a consecuencia de ella pude conocerlo mejor.

Mientras íbamos en camino a El Tablón, su lugar de origen, recordé cómo me entusiasmé cuando oí hablar de Sotz’il, creo que a finales del 2007. Fui a hacer un reportaje sobre las comunidades del lago de Atitlán y quería incluirlos, por lo que los llamé. Hablé con Lisandro pero no pudimos ponernos de acuerdo, estaban ocupados en otras actividades y la cosa quedó pendiente.

Tuvo que pasar algún tiempo, que hizo crecer la expectativa, para que pudiera ver a Sotz’il en acción. Fue en el Festival de Junio del 2008, en una noche fría y con mucho viento. Al final, tomé una bebida espirituosa y bailé con ellos. Sin embargo, su presentación no fue lo que yo esperaba, era muy diferente. ¿Qué sabía yo del enorme trabajo que había detrás? Nada, como la mayoría de periodistas que vemos todo con cierto cinismo, cierta indiferencia.

Cuando se armó lo del viaje a Noruega, hace apenas unos 4 meses, ya lo conocí mejor. Su evolución y la del grupo eran evidentes, todo sonaba mucho mejor. Sin embargo, sin saber todavía las interioridades del trabajo de estos jóvenes mayas, otra vez fui dura.

Pero empecé a comprender el sábado pasado, al bajarme del microbus, caminando torpemente con mis estúpidos tacones corridos, en la oscuridad de los maizales. La sede del grupo Sotz’il queda convenientemente alejada de la carretera. Me imaginé cuántas veces y con qué energía Lisandro caminó ese sendero, seguro de sí, no como yo que iba trastabillando y metiéndome en cada charco.

Al llegar, sentí un calor de hogar, como cuando una casa te abraza. Pero esta casa estaba triste, echaba de menos a su mejor hijo.

El padre de Lisandro, que le habló al grupo reunido junto al fuego, confirmó mis imaginaciones: Lisandro iba a este lugar en busca de paz, de aire puro, de inspiración. Fue imposible no llorar al escuchar a este maravilloso hombre, sencillo y sabio, hablar de su hijo. Entendí que mucho de lo valioso del artista venía de él, que fue su inspiración, su motor. Su voz se entrecortó al verlo en su memoria sentado en medio de la naturaleza, mientras el fuego chisporroteaba y los presentes queríamos salir a esa naturaleza y buscar a Lisandro en el viento, en las nubes, en el rocío… Nos tuvimos que conformar con verlo en fotografías, escuchar sus palabras en boca de sus compañeros.

Al salir de nuevo a la fría y oscura noche, había algo diferente en todos nosotros. El camino fue más amigable, pero yo con cada paso quería también desandar lo dicho. Con cada nuevo detalle que conocía, con cada cosa sorprendente que vi en las actividades de este movimiento maya, me sentí cada vez más pequeñita e injusta.

Sotz’il no necesita hacer música o teatro sofisticado. Es un grupo de jóvenes en búsqueda de su identidad, no para pasearla por el mundo sino para sentirse orgullosos de ella, para no dejar que muera, para hacer propuestas en una sociedad que los quiere acallar. No quieren confrontación, pero quieren ser oídos y respetados, por los que los han oprimido por siglos, por los que los han ignorado, y por los prepotentes como yo que hablan sin conocer primero.

Espero de todo corazón que el trabajo de este grupo no se detenga jamás, que ese entusiasmo, organización y pasión que vimos en el Festival Tu Corazón Florecerá siga adelante. Y por lo que vi, es seguro que así será pues la vida de Lisandro marcó de manera determinante a quienes pudieron convivir con él.

Quisiera que hubiera un grupo Sotz’il en cada comunidad guatemalteca, no hay nada peor que ir por allí sin saber quiénes somos. Los capitalinos estamos inmersos en un mundo tan artificial, tan impuesto, tan superfluo, no nos caería mal buscarnos debajo de todo esto que nos sepulta.

viernes, 1 de octubre de 2010

Ese círculo no se quiere cerrar



Es un hecho, ando de bajón. No había querido sondear que tan profundo era, hasta que anoche al terminar de ver una película (Crazy Heart para más señas), lloré como un bebé.

Así soy, ya lo he dicho. Emo, bipolar, ciclotímica, inconforme, malagradecida, loca pisada, you name it.


The weary kind

Your heart’s on the loose
You rolled them seven’s with nothing to lose
And this ain’t no place for the weary kind

You called all your shots
Shooting 8 ball at the corner truck stop
Somehow this don’t feel like home anymore

And this ain’t no place for the weary kind
And this ain’t no place to lose your mind
And this ain’t no place to fall behind
Pick up your crazy heart and give it one more try

Your body aches…
Playing your guitar and sweating out the hate
The days and the nights all feel the same

Whiskey has been a thorn in your side
and it doesn’t forget
the highway that calls for your heart inside

And this ain’t no place for the weary kind
And this ain’t no place to lose your mind
And this ain’t no place to fall behind
Pick up your crazy heart and give it one more try

Your lover's won't kiss…
It’s too damn far from your fingertips
You are the man that ruined her world

Your heart’s on the loose
You rolled them seven’s with nothing to lose
And this ain’t no place for the weary kind