lunes, 6 de abril de 2009

Un blog no es un diario


Qué razón tiene Andrea, y qué equivocados los que hemos cambiado a ese fiel amigo de papel por este medio masivo y democrático de comunicación.
Quisiera poder escribir “odio mi trabajo, odio mi vida, me odio” como cuando escribía mi diario antes, y hacer un dibujo mío con la frente fruncida cayendo por un precipicio. Luego al día siguiente escribiría, “no es tan malo mi trabajo, mi vida tiene cosas buenas, me amo” y haría florecitas rosadas al margen de la página. Todo esto sin que nadie se enterara.
Quisiera poder decirle a mi diario que mi vida no es como la había imaginado. ¿Dónde están todas esas obras que iba a escribir antes de los 35? ¿cómo he ayudado a cambiar el mundo? ¿por qué me sigo comiendo las uñas?
Podría echarle la culpa al sistema, a mi madre, al machismo, a la falta de recursos, a la crisis, para luego hacer un garabato que representara la tumba de todos mis sueños y esperanzas.
En cambio, me da vergüenza que otros lean mis rollos. Que sepan que tengo un bloqueo creativo que no me dejar descargar de mi cabeza todas esas historias que pugnan por salir. Que ir al supermercado, pagar las deudas, acostarme temprano, cultivar la sobriedad y el encierro me están volviendo loca.
En cambio, tengo un blog donde quiero parecer interesante y cool sin lograrlo, donde opino, sin que nadie me lo pida acerca de la “realidad”, ésa que pasa allá afuera.
Ok, ok, necesito mi tranquilizante…

miércoles, 1 de abril de 2009

De cómo me lancé de un carro en movimiento

Debo escribir esto, me sirve de desahogo. Todavía no estoy muy segura cómo pasó, todo pasó rápido, es como una pesadilla. Va a sonar a uno de esos correos electrónicos que le mandan a uno, pero ni modo.
Fui a Telgua a hacer un trámite (al fin me despido de las tarjetas pre pago). Terminé a las 6 en punto de la tarde, pero tenía que esperar a Ranferí unos 40 minutos para ir a casa.
No andaba en carro porque con tal de adelantar en el trabajo, me propuse entrar a las 7 menos 15. El problema es que el parqueo lo abren a las 8 y 10 más o menos. Así que me vienen a dejar y a traer.
Con una gran tos, no soportaba el aire acondicionado de Telgua. Así que pensé dos posibilidades: ir a Campero a tomar un café, o irme a casa. Parada en la séptima avenida, decidí irme a mi casa a tomarme un chocolate caliente.
Había tráfico, el primer taxi que pasó enfrente paró. El hombre, lo único que recuerdo es que era moreno, me dijo que me llevaba por Q30 sin preguntarme más detalles de la dirección a dónde iba. Ya adentro, en el asiento del copiloto, traté de darle indicaciones de dónde quedaba mi casa, pero sentí que no me ponía atención. Recuerdo perfectamente que le dije que se fuera por la 11 avenida.
Cada vez que me subo a un taxi, no le pongo seguro a la puerta, es una manía que siempre he tenido “por si las moscas”. Otra medida para sentirme más segura es conversar con ellos, leí por ahí que es bueno verlos a los ojos. Sin embargo, con éste no tuve que hacerlo porque él me platicaba a mí. Mientras se iba por la 7ma avenida, algo despacio, me empezó a contar lo mal que le iba en el negocio, que solo pérdidas tenía. Yo le dije que quizá habían muchos taxis, pero él me contesto que se debía más a la mala fama que le han dado algunos taxistas “malucos”.
Como eran vidrios eléctricos, cerró el de mi lado sin que yo se lo pidiera. Por un momento pensé que era un gesto amable porque yo tenía tos.
Empecé a sentir una sensación extraña. No desagradable al principio, sino como cuando uno se ha tomado los tragos y se relaja. Los brazos me pesaban, también los párpados. Recuerdo que le dije “por favor váyase por la 11 avenida”, pero él me contestó que él sabía por dónde se metía para evitar los semáforos. Ya no reconocía por dónde íbamos, y empecé a sentir que me desmayaba, que me dormía. Seguí hablando para mantenerme despierta. Balbuceé que debía haber esperado a mi esposo porque él me iba ir a recoger, pero mis palabras salían como cuando uno está extremadamente borracho.
Cada vez que parpadeaba, sentía que me iba a dormir. En un segundo, tomé la decisión. Llegamos a un tope, luego me di cuenta que era un callejón, y él cruzo. Entonces abrí la puerta y me tiré a la calle. Como si fuera un doble de Hollywood, me levante de inmediato, empecé a correr y a pedir auxilio a unas personas que estaban en la esquina, que resultaron ser niños. El taxista huyó rápidamente con la puerta abierta.
Cuando llegué a donde estaban jugando pelota, me quedé como inmóvil. Ellos me miraban y me preguntaban cosas, pero yo estaba como atontada. Tanto, que no me había dado cuenta que tenía un pie fuera del zapato. Medio les explicaba que me habían drogado, pero ellos no sabían qué decir. Lo único que se me ocurrió fue llamar a Ranferí, mi idea era que si me desmayaba, él supiera dónde estaba. Ahora pienso que debí llamar también a los bomberos, a mis amigos que viven cerca, a los compañeros de trabajo y a tantas otras personas.
No sé cuánto tiempo estuve ahí llorando, me dieron un vaso de agua y me senté en la banqueta. Ranferí me llamaba pero me decía que había mucho tráfico. El pobre estaba angustiado, yo solo lloraba.
Un señor que estaba parqueado ahí trató de conseguirme un taxi de confianza, pero todos estaban ocupados. La noche estaba cayendo, la gente me miraba desde sus ventanas, yo hubiera querido que me dejaran entrar para esperar, pero nadie se ofreció y lo entiendo por el tiempo que estamos viviendo.
Al final, una mujer joven se ofreció llevarme a mi casa en su carro, el cual guardaba a una cuadra de su casa, encima tuvo que caminar para ir a traerlo. Me parece que alguien me llevó a ese parqueo, pero no estoy segura. Luego de darle las gracias cientos de veces, llegué a mi casa donde seguí llorando, sobre todo cuando llegó Ranferí. Solo ahí descubrí que tenía golpes y raspones, los cuales me dolieron hasta el día siguiente.
La idea de que estuve muy cerca de que me llevaran con rumbo desconocido me daba como vértigo. Solo pensar que la vi cerca me hacía llorar y llorar.
El médico que me vio en el hospital, un par de horas después, no podía creer que me había tirado de un carro y que no tuviera algo roto.
Si bien hay cosas que recuerdo como confusas, estoy segura que la motivación de volver a ver a mi hijo me dio el valor de lanzarme del carro. No quiero ni pensar qué hubiera pensado si no lo hubiera hecho.